Guardianas del Mundo Monstruoso



Era un día soleado en la ciudad de Barrilete, donde Lili y Celeste, dos amigas inseparables, disfrutaban de su tarde libre. De repente, un fuerte estruendo rompió la paz del barrio.

"¿Qué fue eso?", preguntó Lili, con ojos muy abiertos de sorpresa.

"No tengo idea, pero suena como si viniera del parque", respondió Celeste, llena de curiosidad.

Las chicas decidieron investigar y se dirigieron rápidamente hacia el parque. Al llegar, se encontraron con una escena increíble: varios monstruos del tamaño de un árbol estaban causando estragos, asustando a la gente y destrozando los bancos del parque.

"¡Hay que hacer algo!", exclamó Celeste, mientras se escondían tras un arbusto.

Lili, pensando rápido, recordó un cuento que su abuela siempre le contaba sobre cómo los monstruos, aunque eran grandes y aterradores, soñaban con ser amigos de los humanos.

"Tal vez esos monstruos solo quieren jugar y no saben cómo hacerlo sin asustar a la gente", sugirió Lili.

Decididas a ayudar, las chicas se plantaron frente a los monstruos y gritaron:

"¡Alto ahí! Sabemos que quieren jugar, pero no pueden asustar a la gente. ¡Venimos a ayudarles!".

Para su sorpresa, los monstruos se detuvieron. Uno de ellos, con piel azul y ojos gigantes, se acercó lentamente.

"Yo soy Gorgu, y sólo quería jugar, pero no sabía cómo hacerlo sin causar miedo", dijo el monstruo, balbuceando.

Celeste sonrió y le respondió:

"Podemos enseñarte a jugar. En lugar de destruir cosas, podemos hacer una fiesta. ¿Qué te parece?".

Gorgu miró a los demás monstruos, quienes estaban tan confundidos como él.

"¡Una fiesta suena genial!", respondió, zambulléndose en su propia emoción.

Las chicas comenzaron a organizar la fiesta. Con la ayuda de los monstruos, levantaron mesas improvisadas con grandes hojas y ramas, llenándolas con frutas y dulces. Lili comenzó a colocar globos de colores que los monstruos podían ayudar a inflar con su aliento fuerte.

"¡Miren! Cocinemos también!", gritó Celeste mientras enseñaba a Gorgu y a sus amigos cómo hacer galletas de barro, una especialidad local que todos los habitantes del barrio adoraban.

"¿A Los Deditos de Barro? ¡Yo quiero probar!", dijo otro monstruo al que llamaron Fluflito, que tenía una gran cabeza con cabello naranja esponjoso.

Cuando la fiesta comenzó, la música resonó y los niños del barrio se animaron a acercarse, fascinados por la incredulidad de ver a los monstruos.

"¿Podemos bailar también?", preguntó un niño.

"¡Claro! ¡Bailen con nosotros!", respondieron Lili y Celeste con entusiasmo.

Los monstruos comenzaron a bailar, imitando los movimientos divertidos de los chicos. A medida que pasaba la tarde, las risas y la alegría llenaron el aire. La gente, que antes estaba aterrorizada, comenzó a unirse. Al final del día, todos estaban felices, y los monstruos finalmente habían encontrado su lugar, aprendiendo que podían ser amigos, no enemigos.

Sin embargo, justo cuando creían que todo había terminado, un tercer monstruo apareció, aún más grande que Gorgu.

"Yo soy Trolar, y no creo que deban estar divirtiéndose. ¡Los monstruos no son amigos de los humanos!", gritó, haciendo temblar el suelo con su voz.

"Pero nosotros somos amigos!", exclamó Lili, enfrentándose valientemente al nuevo monstruo.

"¡Sí! ¡Miren cómo bailamos y jugamos!", añadió Celeste, ahora más valiente que nunca.

Los otros monstruos rodearon a Trolar, tratando de hacerlo entender lo que había sucedido. Al final, Trolar no pudo resistirse ante los alegres bailes y se unió a la fiesta.

"Tal vez… ser amigos no sea tan malo", dijo, emocionado mientras empezaba a moverse al ritmo de la música.

Desde ese día, Lili y Celeste se convirtieron en heroínas del barrio. Los monstruos de Barrilete dejaron de ser temidos y se transformaron en los mejores amigos de todos. Juntos, organizaron fiestas y ayudaron en actividades comunitarias, mostrando al mundo que los miedos pueden desvanecerse con un poco de amistad y comprensión.

"Nunca más volveremos a tener miedo", dijo uno de los niños.

"¡Los monstruos son geniales!", agregó otro, riendo con alegría.

Lili y Celeste sonrieron, sabiendo que con un poco de valor y bondad, incluso los seres más asustadizos pueden convertirse en amigos incondicionales.

FIN.

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