Guardianes de La Madre Tierra



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, vivían dos gemelos llamados Jorge y María. Desde muy pequeños, sus abuelos les contaron historias sobre La Madre Tierra, una mágica criatura que nos regala aire puro, agua cristalina, y alimentos deliciosos. Con el tiempo, Jorge y María se convirtieron en grandes amantes de la naturaleza y decidieron que debían hacer algo para protegerla.

Un día, mientras paseaban por el bosque, se encontraron con un grupo de personas que estaban arrojando basura en el río.

"¡No, por favor!" - gritó María, corriendo hacia ellos. "¡Están contaminando nuestro río!"

"¿Y qué importa?" - respondió uno de ellos con indiferencia. "Esto es solo un poco de basura. El río ni lo notará."

"¡Claro que lo notará!" - continuó Jorge, mirando al hombre. "Cada poco que arrojamos, se suma a la contaminación. Si seguimos así, nuestros hijos ya no tendrán agua limpia para beber. ¡Y tampoco aire puro!"

Los hombres se rieron, pero María y Jorge no se dieron por vencidos.

"Vamos a hacer algo al respecto, Jorge" - dijo María, iluminándose los ojos. "Podemos organizar una limpieza del río. Invitemos a todos los niños y hagamos un día especial. ¡Divirtámonos cuidando nuestra naturaleza!"

Jorge sonrió emocionado.

"¡Sí, hagámoslo! Y podemos contarles a todos por qué es importante proteger a La Madre Tierra."

Así fue como los gemelos empezaron a planear su gran evento. Usaron sus tabletas para diseñar carteles coloridos:

"¡Vení a limpiar el río! ¡Sé un amigo de La Madre Tierra!"

"Cada pequeño esfuerzo cuenta".

El gran día llegó y los niños, acompañados de sus padres, se unieron a Jorge y María. Con guantes y bolsas en mano, comenzaron a recoger basura. Mientras trabajaban, los gemelos contaban historias sobre los árboles, los animales y cómo cada uno juega un papel vital para mantener el equilibrio del planeta.

"¡Miren, una botella!" - exclamó Jorge, levantándola hacia el cielo. "Esto tardará miles de años en descomponerse. Es muy importante que no tiremos cosas así al suelo. La Madre Tierra necesita nuestra ayuda."

"¡Y no solo en el río!" - agregó María, mientras sacaba un trozo de plástico de entre los arbustos. "Debemos cuidar nuestros parques, disminuir el uso del plástico y reciclar todo lo que más podamos."

Con cada bolsa llena, los niños aprendieron algo nuevo sobre la naturaleza. Fue un día de risas, juegos y mucho aprendizaje. Pero al finalizar, se dieron cuenta de que aún quedaba mucho por hacer.

"¡Lo hicimos! Pero esto solo es el comienzo" - dijo María, mirando todo lo que habían recogido. "Necesitamos seguir educando a la gente. Hacer más actividades y hablarles a nuestros amigos en la escuela. "

"Y también podemos hacer un club de amigos de La Madre Tierra" - propuso Jorge. "¡Así podremos reunirnos más seguido y seguir realizando más limpiezas!"

A medida que pasaron los días, el pequeño pueblo comenzó a cambiar. Más y más personas se sumaron a sus causas, y el amor por La Madre Tierra se hizo contagioso. La comunidad decidió organizar un festival anual en honor a la naturaleza, donde podían mostrar lo que habían aprendido y celebrar juntos.

Una tarde, mientras la gente disfrutaba del festival, un grupo de personas que inicialmente habían tirado la basura en el río se acercó.

"Sabés, chicos, lo que hicieron nos hizo reflexionar" - comenzó uno de ellos, con un tono sincero. "Nos dimos cuenta de lo importante que es cuidar nuestra naturaleza. Queremos ayudar también. ¿Podemos sumarnos a su club?"

Jorge y María se miraron, sorprendidos pero felices.

"¡Claro! Cuantos más seamos, mejor será el impacto" - dijeron al unísono, sonriendo.

Así, Jorge y María no solo lograron crear conciencia en su comunidad, sino que también aprendieron que nunca hay que rendirse en la lucha por cuidar a La Madre Tierra. Con el apoyo de todos, el aire seguía siendo puro, el agua cristalina y los árboles fuertes, recordando a todos que cada uno es responsable de proteger el lugar que habitan.

Y así, los gemelos continuaron siendo los guardianes de La Madre Tierra, inspirando a otros a cuidar su hogar.

Con su ejemplo, cada vez más personas comprendieron que respetar la naturaleza no es solo un deber, sino también un inmenso privilegio.

FIN.

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