Guillermo y el Experimento Sorprendente
Había una vez un niño llamado Guillermo, que siempre tenía una chispa de curiosidad en los ojos. Era un amante de la ciencia y un inventor en su tiempo libre. En su colegio, la maestra Rosa les enseñaba sobre los derechos de los niños, y uno de ellos era el derecho a la curiosidad. Pero, a pesar de que Guillermo tenía derecho a experimentar y aprender, sus compañeros de clase no siempre entendían su pasión.
Un día, mientras la maestra Rosa hablaba sobre la importancia de respetar a los demás, Guillermo estaba pensando en su más reciente idea: un volcán que podía hacer erupción con bicarbonato de sodio y vinagre. Se le iluminó la cara al imaginarlo. Sin embargo, cuando compartió su proyecto con sus compañeros, estos comenzaron a reírse de él.
"¿Qué te crees, Guillermo? ¿Que sos un científico o algo así?" - se burló Lucas, uno de los niños más populares.
Guillermo sintió un nudo en el estómago, pero no dejó que eso lo desanimara.
"¡Solo quiero mostrarles algo genial!" - respondió con un tono decidido, aunque un poco temeroso.
Los días pasaron y Guillermo siguió preparando su experimento, reuniendo materiales, no dejando que los comentarios de sus compañeros lo desmotivaran. Siempre contaba con el apoyo de su amiga Clara, que siempre creía en él.
"No te preocupes, Guillermo. Hay que demostrarles que estás en lo correcto. Tu volcán va a ser increíble." - le decía Clara con una sonrisa.
Al llegar el día del experimento en la clase de ciencias, Guillermo se sintió nervioso, pero entusiasmado. Había invitado a todos a que asistieran, a pesar de las risas y burlas del pasado. Cuando llegó el momento, Guillermo presentó su volcán en una mesa mientras explicaba paso a paso cómo funcionaba.
"Voy a demostrarles cómo funciona una erupción volcánica. ¡Atención!" - dijo emocionado.
Primero, mezcló el bicarbonato de sodio con colorante rojo y luego vertió el vinagre. Todos los niños miraron expectantes y, de repente, el volcán comenzó a burbujear y a erupcionar, lanzando una espuma vibrante y colorida que llenó la mesa.
"¡Guau!" - exclamaron todos, incluidos Lucas y sus amigos, que ahora estaban impresionados.
La maestra Rosa aplaudió con alegría, y todos comenzaron a animar a Guillermo.
"¡Eres un genio, Guillermo! Nunca imaginé que sería tan increíble." - dijo Lucas, esta vez genuinamente admirado.
Guillermo sonrió, sintiendo que por fin sus esfuerzos habían valido la pena.
"Gracias, chicos. Lo único que quiero es que podamos aprender juntos y, sobre todo, que todos podamos experimentar sin que nadie se burle de nosotros." - dijo, mientras su corazón se llenaba de alegría.
A partir de ese día, los niños comenzaron a interesarse en la ciencia, y Guillermo se convirtió en el pequeño científico del aula. Aprendieron sobre el respeto, la curiosidad y la importancia de apoyarse entre ellos. Y así, a través de su pasión, Guillermo mostró a todos que los sueños de experimentar y aprender no solo son válidos, sino que pueden inspirar a otros y generar grandes descubrimientos.
Y así, Guillermo siguió experimentando, pero esta vez, no estaba solo. Todos sus compañeros querían unirse a sus aventuras científicas, demostrando que, unidos, se podían lograr cosas sorprendentes.
Fin.
FIN.