Guisantrolladora y la Maseta Carnívora



Era un día soleado en el bosque mágico de Verdulandia, donde extraños seres vivían en armonía. Uno de los más peculiares era Guisantralladora, una ametralladora de guisantes que disparaba comida saludable para todos. A su lado, crecía una Maseta Carnívora muy especial que, a diferencia de sus parientes, no tenía intenciones de comer a nadie. Se llamaba Verdú, y tenía un gran corazón.

Un día, mientras Guisantralladora estaba practicando sus lanzamientos de guisantes, un extraño ruido resonó en el aire. – "¿Qué fue eso?" – dijo inquieto Guisantralladora. – "No lo sé, pero suena como si viniera del bosque oscuro" – respondió Verdú, con su voz suave y serena.

Decididos a descubrir el origen del ruido, se adentraron en el bosque. Allí encontraron a un grupo de zombis muy inusuales, que parecían estar buscando algo. – "¿Qué hacen aquí, amigos zombis?" – preguntó Guisantralladora. – "Buscamos una manera de recuperar nuestros colores favoritos, pero solo tenemos gris. Sin ellos, no podremos jugar con alegría" – contestó uno de los zombis, con una mirada melancólica.

Verdú se acercó y decidió hablar con ellos. – "Quizás podamos ayudarles. Cada uno de ustedes tenía un color que los hacía únicos antes de convertirse en zombis, ¿verdad?" – Los zombis asintieron tristes. Verdú continuó: – "Si buscamos dentro de nosotros mismos, tal vez podamos recordar cómo recuperar esos colores y compartirlos juntos."

Guisantralladora, emocionado, propuso hacer una búsqueda. – "¡Podemos crear una gran fiesta y reunir a todos los habitantes de Verdulandia para ayudar!" – La idea fue recibida con un grito de alegría entre los zombis. Así que comenzaron a reunir colores: flores que Guisantralladora disparaba, hojas brillantes, e incluso verduras de colores.

Con el apoyo de sus amigos del bosque, los zombis comenzaron a recuperar sus colores. Un zombi rojo con cara de risa exclamó: – “¡Miren, ahora soy un tomate vivaz! ” – Otro, de color azul brillante, dijo: – “Yo soy un zapallo!" – La alegría era contagiosa.

Sin embargo, justo cuando la fiesta comenzaba, un fuerte viento arrastró todas las decoraciones. Todo parecía perdido hasta que Guisantralladora tuvo una idea brillante. – "¡Voy a disparar mis guisantes y hacer que caigan como confeti!" – Y así lo hizo. Los guisantes volaron suaves y felices, convirtiéndose en hermosos colores en el aire.

La fiesta continuó con música, danza, y muchas risas. Todos juntos, zombis y habitantes de Verdulandia, celebraron la diversidad de colores y capacidades. Guisantralladora y Verdú se dieron cuenta de que las diferencias no eran una amenaza, sino una oportunidad para crecer y aprender unos de otros. El poder de la amistad trajo luz al bosque, incluso donde antes solo había sombras.

Al final del día, todos se sentaron alrededor de un gran árbol y compartieron sus sueños. – "Quiero ser un arcoíris viviente" – dijo un zombi naranja, mientras Verdú lo animaba. Todos rieron y aplaudieron, prometiendo apoyarse en sus aventuras futuras.

Y así, en Verdulandia, aquel día se convirtió en una leyenda de cómo unos amigos inesperados aprendieron a vertebrar la amistad a través de sus diferencias y celebrar la diversidad. Desde entonces, Guisantralladora, Verdú y los zombis vivieron felices, recordando que la verdadera magia reside en arriesgarse a ser uno mismo y ayudar a los demás a encontrar su luz.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, pero las aventuras continúan para aquellos que se atreven a ser diferentes.

FIN.

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