Hachiko, el amigo fiel


Había una vez en un lejano pueblo de Japón, un perro llamado Hachiko y su dueño, el profesor Akira. Todos los días, Hachiko acompañaba a su dueño a la estación de tren para despedirse antes de ir a trabajar.

Un día, el profesor Akira sufrió un accidente en el trabajo y nunca regresó a casa. Hachiko lo esperó pacientemente en la estación todos los días, durante meses y años, sin perder la esperanza de verlo aparecer.

"¿Dónde estarás, querido Akira? ¡Te extraño tanto!", pensaba Hachiko mientras miraba tristemente los trenes llegar y partir. La gente del pueblo se conmovió por la lealtad inquebrantable de Hachiko hacia su dueño.

Algunos le daban comida y cariño, pero él seguía esperando fielmente a Akira. Un día, una niña llamada Emi vio a Hachiko en la estación y decidió acercarse a él. Le dio una caricia y algo de comida.

Desde ese momento, Emi visitaba a Hachiko todos los días después de la escuela. "No te preocupes, Hachiko. Tu amor por Akira es increíble", le dijo Emi mientras acariciaba su pelaje. Pero un invierno especialmente frío llegó al pueblo y Hachiko enfermó gravemente.

Emi lo llevó al veterinario y cuidó de él con amor hasta que finalmente se recuperó. "¡Gracias por cuidarme cuando más lo necesitaba!", ladró emocionado Hachiko mientras movía feliz su cola.

Con el tiempo, Emi decidió adoptar a Hachiko como su mascota para darle todo el amor que merecía. Juntos paseaban por el pueblo y visitaban la estación donde todo comenzó.

Una tarde soleada de primavera, mientras caminaban cerca de las vías del tren, Emi notó que algo brillaba entre las flores: era un collar con una placa que decía —"Hachiko" . En ese momento entendió que aquel perro había sido mucho más que una simple mascota para el profesor Akira: era su amigo más fiel.

"Nunca te olvidaremos, querido Akira", susurró Emi con lágrimas en los ojos mientras abrazaba fuertemente a Hachiko. Desde entonces, la historia de la lealtad eterna entre Hachiko y su dueño se convirtió en un ejemplo inspirador para todos en el pueblo.

Y cada vez que alguien pasaba por la estación de tren podía ver una estatua erigida en honor a esa amistad única e indestructible.

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