Harmony Strings


Había una vez en la ciudad de Buenos Aires un pequeño bardo llamado Ramiro. Ramiro era un chico diferente a los demás, siempre vestido con ropa desgastada y llena de parches, y su cabello estaba lleno de coloridos mohicanos.

Aunque parecía rudo por fuera, tenía un corazón lleno de bondad y amor por la música. Un día, mientras caminaba por las calles del barrio de San Telmo, Ramiro escuchó unos gritos provenientes de una plaza cercana.

Curioso como era, decidió acercarse para ver qué sucedía. Al llegar a la plaza, se encontró con un grupo de niños discutiendo entre sí. Parecían estar muy confundidos y no se ponían de acuerdo sobre cómo jugar al fútbol.

"¡Es mi turno!", "¡No me pasaste bien el balón!", gritaban todos al mismo tiempo. Ramiro sabía que algo tenía que hacer para ayudarlos a resolver sus diferencias y disfrutar del juego juntos.

Se subió a una pequeña tarima que había en el centro de la plaza y comenzó a tocar su guitarra con mucha energía. Los niños quedaron sorprendidos al escuchar aquel sonido tan distinto a lo que estaban acostumbrados.

Se detuvieron inmediatamente y miraron hacia donde provenía la melodía. - ¡Ey! ¿Qué está pasando aquí? - preguntó uno de los niños curiosamente. - ¡Hola chicos! Mi nombre es Ramiro, soy un punk bardo - respondió él con una sonrisa.

- ¿Un punk bardo? ¿Qué es eso? - preguntaron los niños con curiosidad. Ramiro explicó que ser un punk bardo significaba luchar por lo que uno creía y expresarse a través de la música.

Les contó historias de bandas de punk famosas y cómo sus canciones hablaban de problemas sociales y cómo cambiar el mundo. - ¡Eso suena genial! - exclamaron los niños emocionados. - Sí, es genial.

Pero también significa respetar a los demás y trabajar juntos para resolver nuestros problemas - dijo Ramiro con seriedad. Los niños asintieron con la cabeza, entendiendo el mensaje del punk bardo. Juntos, comenzaron a discutir las reglas del juego de fútbol y encontraron una solución justa para todos.

Decidieron jugar en equipos mixtos, pasándose la pelota sin importar quién anotara más goles. A medida que jugaban, Ramiro seguía tocando su guitarra, animando a todos con su música.

Los niños se divirtieron tanto que olvidaron sus diferencias y disfrutaron del juego como nunca antes lo habían hecho. Desde ese día en adelante, Ramiro se convirtió en un amigo cercano de los niños del barrio.

Juntos organizaron conciertos improvisados en la plaza para compartir su amor por la música con todos aquellos dispuestos a escuchar. Y así fue como el pequeño punk bardo rompió el quilombo anarquía del juego de fútbol y enseñó a los niños sobre la importancia de trabajar juntos, respetarse mutuamente y encontrar soluciones pacíficas para resolver sus diferencias. Fin.

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