Héctor y el Gran Partido de Canasta
Era un día soleado en el barrio y todos los niños estaban ansiosos por jugar al baloncesto. Héctor, un joven con una gran pasión por el deporte, soñaba con ser el mejor basquetbolista de su escuela. Sin embargo, había un pequeño problema: siempre fallaba los tiros cruciales en los partidos.
Ese día, su equipo estaba preparando un gran partido contra los muchachos de la escuela de enfrente. Todos estaban emocionados, pero Héctor no podía dejar de pensar en su falta de habilidad.
"¿Estás listo para dar lo mejor de vos, Héctor?" - preguntó Lucas, su mejor amigo, mientras se ajustaba la camiseta del equipo.
"Sí, pero me preocupa no poder anotar cuando más se necesita" - respondió Héctor con un suspiro.
Lucas sonrió, tratando de alentar a su amigo. "Recuerda que lo más importante es disfrutar el juego. A veces no se trata solo de las canastas, sino de cómo jugamos juntos como equipo."
El resto del equipo se unió a la conversación, listos para salir a la cancha. El entrenador, una figura amigable en el barrio, les dio unas últimas palabras de aliento.
"Hoy es un gran día. Jueguen con el corazón, apoyándose unos a otros. La comunicación es clave. Cada uno de ustedes aporta algo especial al equipo."
Los niños salieron a la cancha, y el primer cuarto fue una montaña rusa de emociones. Héctor se movía ágilmente, pasaba el balón e incluso hizo un par de asistencias. Pero al llegar el último cuarto, cuando el marcador estaba cerrado, todo el mundo estaba mirando a Héctor para que anotara la canasta decisiva. La presión estaba en su cabeza.
"Héctor, es tu turno. ¡Dispara!" - gritó Lucas desde el borde de la cancha.
"No sé si puedo" - titubeó Héctor, mirando el aro y sintiendo que su corazón latía con fuerza.
En ese momento, todos los recuerdos de sus entrenamientos vinieron a su mente. Recordó las veces que se cayó, que se sintió frustrado pero nunca dejó de intentarlo. En un instante, su miedo se transformó en determinación.
"¡Sí puedo!" - gritó, tomando posición. Se concentró en la pelota, alineó su cuerpo y recordó lo que Lucas le había dicho: jugar como un equipo, disfrutar del momento.
Héctor lanzó el balón y... ¡sorpresa! La pelota hizo un arco perfecto y entró en la canasta.
- ¡Sí! ¡Lo logré! - exclamó, saltando de alegría junto a sus compañeros.
El partido terminó, y aunque el equipo no ganó, Héctor se sintió como un verdadero campeón. Todos lo abrazaron, y Lucas le dijo:
"Ves, lo hiciste, amigo. A veces, lo más importante es no rendirse y seguir intentándolo. ¡Hoy aprendiste una gran lección!" - sonrió Lucas mientras lo chocaba con la mano.
Desde ese día, Héctor no solo se sintió más seguro en la cancha, sino que también entendió que el baloncesto, como la vida, no siempre se trata de ganar, sino de cómo se juega el juego, aprendiendo y mejorando en cada intento.
Y así, con el tiempo, Héctor se convirtió en un jugador de baloncesto admirable, no solo por sus habilidades, sino por su actitud y su enfoque en el trabajo en equipo, motivando a otros a nunca rendirse.
Y colorín colorado, este juego se ha terminado.
FIN.