Héctor y la Escuelita Inclusiva



Era una vez un niño llamado Héctor, que vivía en un barrio alegre y colorido. Héctor era conocido por todos como un niño amable. Siempre tenía una sonrisa en su rostro y un brillo en sus ojos. Cada día, iba a la Escuelita Cristal A, un lugar donde los colores eran tan vibrantes como el espíritu de sus alumnos.

Héctor se sentía feliz en la escuela, no solo porque le gustaba aprender, sino porque amaba jugar con sus amigos. Siempre se aseguraba de que nadie se sintiera excluido. Eran tiempos donde todos los chicos compartían los juegos, pero había uno en especial que a Héctor le encantaba: el juego del escondite.

Un día, mientras estaban en el recreo, Sofía, una de sus compañeritas, se acercó con cara de preocupación.

"Héctor, no sé si podré jugar hoy..." - dijo Sofía, mirando al suelo.

"¿Por qué? ¿Te pasó algo?" - preguntó Héctor con curiosidad.

"Es que no tengo quien me busque, a veces los chicos no me eligen porque dicen que soy muy pequeña" - respondió Sofía, con voz bajita.

Héctor pensó un momento. Sabía que todos tenían que ser incluidos. Así que, con una determinación en su corazón, gritó:

"¡Chicos! ¡Vamos a jugar al escondite! Pero hoy, el que se esconda tiene que ser encontrado por todos nosotros, ¡y Sofía también es parte del juego!"

Sus amigos miraron a Sofía y, sorprendidos, fueron asintiendo.

"¡Sí, claro!" - dijo Lucas, "Sofía también puede jugar con nosotros."

Sofía sonrió agradecida.

Y así, comenzaron a jugar. Él fue el primero en contar y los demás corrieron a esconderse. Mientras contaba, Héctor se dio cuenta de que había otro niño, Pablo, que pasó por su lado con cara de tristeza. Sabía que también quería participar, pero se sentía apartado.

"¡Alto!" - dijo Héctor al terminar de contar.

"¿Por qué no te unes a nosotros, Pablo?"

Pablo se detuvo y miró a Héctor, sorprendido.

"Pero...¿no preferís jugar con los demás?" - preguntó Pablo, inseguro.

"Para nada, cada uno tiene un lugar especial en el juego. ¡Vení, jugá con nosotros!" - animó Héctor.

Pablo sonrió, y pronto se unió al grupo. Ya durante el juego, Héctor hizo un esfuerzo extra para asegurarse de que todos se sintieran incluidos. En un momento dado, Sofía se escondió muy bien. Cuando Héctor la encontró, gritó:

"¡La encontré! ¡Sofía, sos la mejor en esconderte!"

Sofía sonrió, su carita iluminada por la felicidad. El juego continuó hasta que el timbre sonó y fue hora de volver a clase.

En la tarde, la maestra Ali tomó la palabra:

"He notado que todos se han divertido mucho hoy, pero quiero preguntarles, ¿qué significa jugar juntos?"

Héctor levantó la mano y dijo:

"Significa que todos somos importantes y que hay que incluir a los que a veces se sienten solitos".

La maestra sonrió, orgullosa de Héctor.

"Exactamente, Héctor. La inclusión es fundamental en nuestra escuelita, y ustedes lo hacen todos los días. Pero, ¿qué pasaría si un día alguien se siente excluido en otros juegos?"

Los niños comenzaron a murmurar, pensando en lo que diría la maestra. Fue entonces que Pablo tomó la palabra:

"Podemos hacer que también se sientan parte del grupo, hay que invitarlos a jugar aunque estén fuera".

"Muy bien, Pablo. Y eso nos enseña algo importante: ser inclusivos no solo es jugar, sino también escuchar y cuidar de los demás. Héctor, Pablo y Sofía, son un gran ejemplo de amistad y de cómo ayudar a otros a sentirse bienvenidos y felices en nuestra escuelita".

El resto del día, Héctor y sus amigos decidieron que no solo en el recreo harían un esfuerzo por incluir a todos, sino que también en el aula. Así, cuando alguien no comprendía una tarea o se sentía perdido, se ofrecían a ayudarles.

La escuelita Cristal A se convirtió en un lugar donde todos los niños se sentían felices y valorados. Y todo gracias al gran corazón de Héctor y su deseo de incluir a cada uno de sus amigos en sus juegos y en su vida.

Y así, la historia de Héctor nos enseña que ser amable y tener un gran corazón puede cambiar el mundo, aunque sea por un pequeño gesto. En la escuelita Cristal A, la amistad y la inclusión siempre estaban presentes, gracias a un niño que decidió abrir las puertas de su corazón.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado, pero el valor de la inclusión y la amistad sigue vivo en cada rincón de la escuelita Cristal A.

FIN.

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