Hellen y Sofía en el Jardín de las Maravillas
Había una vez, en un lugar maravilloso llamado Valle Encantado, dos hermanas llamadas Hellen y Sofía. Este valle estaba lleno de árboles altos, flores de todos los colores y ríos cristalinos que reflejaban el cielo. Cada día era una aventura, y las niñas pasaban las horas jugando y explorando su mágico hogar.
Una mañana, mientras caminaban por el bosque, Hellen encontró una piedra brillante, tan luminosa que parecía tener su propia luz.
"Mirá esto, Sofía!" -exclamó Hellen, sosteniendo la piedra en su mano.
Sofía se acercó, fascinada. "Es hermosa, pero ¿qué haremos con ella?" -preguntó.
Hellen pensó un instante. "Podríamos pedirle un deseo. Dicen que esta piedra trae suerte. ¿Qué deseás?"
Sofía miró alrededor y con una sonrisa respondió, "Deseo que podamos descubrir un lugar aún más maravilloso que este. Un lugar que tenga todas las maravillas del mundo."
Hellen asintió con emoción y, cerrando los ojos, ambas hicieron su deseo. En un instante, la piedra empezó a brillar aún más y un vórtice de colores apareció frente a ellas. Sin pensarlo dos veces, ambas se agarraron de la mano y saltaron dentro.
De repente, se encontraron en un jardín que desafiaba la imaginación. Había flores que cantaban, árboles que bailaban y un cielo lleno de nubes de algodón de azúcar.
"¡Es increíble!" -gritó Sofía, corriendo hacia una flor melodiosa.
Hellen, curiosa, se acercó a un árbol que parecía querer jugar. "Hola, árbol, ¿podés enseñarnos tus secretos?"
El árbol sonrió y dijo: "Claro, pero deberán ayudarme primero. Los pájaros necesitan un nido y mis ramas son demasiado delgadas para sostenerlo. Si me ayudan con ello, les contaré todas las maravillas que guardo."
Las hermanas se pusieron a trabajar, recolectando ramitas y hojas. Después de un rato, lograron construir un nido acogedor en las ramas del árbol.
"Listo, ¡ahora cuéntanos!" -dijo Hellen con emoción.
"Lo que ustedes ven aquí es solo una parte de lo que existe. Para que lo encuentren, deben aprender a ver la belleza en lo simple y nunca dejar de explorar. El mundo está lleno de maravillas esperando ser descubiertas."
Sofía reflexionó sobre sus palabras. "Me parece que eso es muy importante. A veces, estamos tan ocupadas buscando grandes cosas que olvidamos disfrutar lo que tenemos aquí y ahora."
El árbol asintió. "Exactamente. Pero también deben recordar que a veces las cosas no resultan como esperaban, y eso está bien. ¡La vida es un viaje lleno de giros y sorpresas!"
Entusiasmadas por el aprendizaje, Hellen y Sofía decidieron seguir explorando el jardín. Conocieron a un río que reía, se deslizaron por arcoíris en lugar de toboganes, y hasta se sumergieron en un lago que les mostró sus reflexiones.
Al anochecer, decidieron regresar a casa. Al volver a estar frente al vórtice de colores, se despidieron de sus nuevos amigos.
"Nunca olviden lo que han aprendido," -dijo el árbol.
"Prometemos que nunca dejará de asombrarnos lo sencillo y cotidiano. ¡Gracias!" -gritaron las niñas mientras cruzaban el vórtice.
Cuando volvieron al Valle Encantado, la piedra brillante ya no era la misma; había perdido su luz.
"No importa, Sofía. Lo que realmente importa es lo que hemos aprendido hoy," -dijo Hellen con una sonrisa.
Sofía asintió. "Sí. El mundo es un lugar asombroso, lleno de maravillas. Solo tenemos que abrir bien los ojos y el corazón."
Y así, cada día, Hellen y Sofía exploraban su valle, descubriendo la belleza en lo cotidiano y viviendo pequeñas aventuras que llenaron sus corazones de alegría y amor.
Nunca dejaron de soñar, porque sabían que las maravillas están en cada rincóny, sobre todo, dentro de ellas mismas.
FIN.