Henri y su maravillosa Navidad en Iguey



En un pequeño pueblito llamado Iguey, donde las palmeras bailaban al ritmo del viento y el sol siempre brillaba, vivía un niño llamado Henri. A diferencia de otros niños, Henri tenía una particularidad: le encantaba hacer amigos. Siempre decía:

"Cada amigo es un tesoro y yo quiero tener una colección de tesoros".

Con la llegada de diciembre, Henri comenzó a prepararse para una Navidad especial. Su idea era organizar una fiesta en la plaza del pueblo donde todos pudieran compartir, jugar y, sobre todo, conocer a nuevos amigos.

Un día, mientras jugaba en la plaza, conoció a tres chicos nuevos: Manuel, Teresa y Sofía. Sin dudarlo, Henri se acercó y les dijo:

"Hola, soy Henri. ¿Quieren jugar al escondite?"

"¡Sí, me encanta!" respondió Manuel, entusiasmado.

"Yo soy buena escondiéndome en los árboles", dijo Teresa.

"Y yo tengo un lugar secreto que nunca encuentra nadie", añadió Sofía con una sonrisa traviesa.

Después de una tarde llena de risas y juegos, Henri decidió que quería invitar a sus nuevos amigos a la fiesta de Navidad. Era hora de empezar a planear.

"¿Qué les parece si hacemos una gran fiesta en la plaza?", propuso Henri.

Los niños aceptaron de inmediato.

Con el paso de los días, Henri y sus amigos se pusieron manos a la obra. Juntaron decoraciones, ingredientes para preparar comida y planificaron juegos. Pero había un problema: Iguey era un lugar pequeño y a veces los chicos no tenían tanto dinero para comprar lo necesario para la fiesta.

"¿Y si hacemos una colecta para juntar lo que necesitamos?" sugirió Teresa.

"¡Eso es genial!", exclamó Henri.

"Podemos pedir a nuestros vecinos que nos ayuden," agregó Sofía.

"¡Sí! Todos tienen algo que pueden aportar", concordó Manuel emocionado.

Así fue como cada uno comenzó a tocar las puertas de las casas de Iguey, pidiendo ayuda para hacer una Navidad inolvidable para todos. Algunos vecinos donaron decoraciones viejas, otros llevaron pasteles y algunos incluso ofrecieron jugar en la fiesta.

Sin embargo, faltaba menos de una semana para Navidad, y aún no tenían suficiente para el gran día.

"Quizás debamos buscar algo que hagamos nosotros mismos," sugirió Henri, mirando a sus amigos con determinación.

"Podemos hacer tarjetas navideñas para vender y juntar dinero," propuso Teresa.

"¡Me encanta la idea!" dijo Sofía, con una chispa de emoción.

Los cuatro amigos comenzaron a hacer tarjetas coloridas, llenas de dibujos y mensajes de alegría. Pasaron días en la plaza, vendiéndolas a los vecinos y turistas que pasaban. Para su sorpresa, la gente comenzó a emocionar y muchos venían a comprar más de una.

Así, en solo tres días, lograron reunir el dinero suficiente para la fiesta. Estaban felices y decididos a que iba a ser la mejor Navidad de Iguey.

Llegó el día de la fiesta, y la plaza estaba adornada con luces brillantes, globos y un enorme árbol navideño que Henri y sus amigos habían decorado con mucho amor. Todos los vecinos se unieron, y la plaza se llenó de música, risas y el delicioso aroma de la comida.

Henri, mirando todo a su alrededor, sintió una enorme alegría.

"Esto es lo mejor que he vivido", dijo a sus amigos.

"¡Sí!", gritaron Manuel, Teresa y Sofía al unísono.

La fiesta fue un éxito. Los chicos jugaron, bailaron, y lo más importante: hicieron nuevos amigos. Henri aprendió que la verdadera Navidad no está en los regalos ni las decoraciones, sino en compartir, en ayudar y en disfrutar con quienes queremos.

Al final de la jornada, mientras todos se despedían, Henri se sintió muy orgulloso de lo que habían logrado juntos.

"Esto es solo el comienzo", dijo con una sonrisa.

"¡El próximo año haremos una fiesta aun más grande!".

Y así, en el corazón de Iguey, la Navidad no solo llenó de colores y risas, sino que también sembró la semilla de la amistad y el trabajo en equipo. Henri y sus amigos tenían una colección de tesoros: sonrisas y corazones felices. Y sabían que, juntos, podían lograr lo que se propusieran.

FIN.

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