Hércules, el perro que dejó de aullar
En un pequeño y bullicioso vecindario, vivía un perro llamado Hércules. No era un perro cualquiera; Hércules tenía un talento increíble: su aullido era el más melodioso de todos. Cada noche, cuando la luna brillaba en el cielo, Hércules se sentaba en la vereda y comenzaba a aullar, llenando el aire con su hermosa voz. La gente del vecindario se reunía a escucharlo y aplaudía su actuación.
Un día, sin embargo, algo extraño sucedió: Hércules dejó de aullar. Salió a la vereda como siempre, con su gran cola moviéndose de un lado a otro, pero no emitió ni un solo sonido. Los vecinos, preocupados, comenzaron a murmurar.
- “¿Qué le habrá pasado a Hércules? ” - dijo doña Rosa, la anciana de la esquina.
- “Quizás se ha resfriado” - sugirió don Carlos, el carnicero.
- “O tal vez le duele la garganta” - respondió la señora Marta, que siempre tenía una solución para todo.
Los días pasaron y Hércules no ladra; solo miraba la luna. Los niños del barrio, que solían juntar a su alrededor para disfrutar de su canto, se sintieron tristes y confundidos. Uno de ellos, el pequeño Lucas, decidió acercarse a él.
- “Hércules, ¿qué te pasa? Todos te extrañamos” - le preguntó Lucas, acariciándolo con ternura.
Hércules levantó la cabeza y movió su cola, pero no dijo nada. Lucas, con su corazón lleno de empatía, decidió intentar entender por qué su amigo ya no aullaba. Así que todos los días, se acercaba y le hablaba sobre cosas que le gustaban, como los juegos en el parque y los cuentos que le narraba su mamá por las noches. Sin embargo, Hércules seguía en silencio.
Un día, mientras paseaban por el parque, Lucas se topó con un grupo de niños. Todos parecían estar distraídos en sus juegos y charlas, y olvidaron que su amigo Hércules solía brindarles alegría y música con su canto.
- “¡Chicos, miren! ¡Hércules se ha dejado de aullar! ¿No creen que deberíamos hacer algo? ” - sugirió Lucas.
Los niños comenzaron a murmurar, inquietos.
- “Quizás deberíamos hacer algo especial para que pueda volver a aullar” - dijo Sofía, una niña de rulos dorados.
- “¡Sí! ¡Hagamos una fiesta para Hércules! ” - exclamó Julián.
Y así fue como, tras muchos preparativos, los niños organizaron una gran fiesta en el parque. Decoraron con globos de colores y pusieron una pancarta que decía: “¡Volvé a aullar, Hércules! ” La noticia corrió rápidamente por todo el vecindario, y todos se unieron para celebrar a su querido perro.
El día de la fiesta, cuando Hércules llegó al parque, sus ojos se iluminaron al ver la alegría del lugar. Los niños bailaban, reían y jugaban. Lucas se acercó a él y le dijo:
- “Hércules, mira todo esto. ¡Es para vos! Queremos verte feliz. ¡Queremos escuchar tu aullido otra vez! ”
Hércules observó la emoción a su alrededor y, algo dentro de él comenzó a despertarse. La música sonaba, y con cada acorde, se sentía más animado. En ese momento, miró hacia la luna, que brillaba resplandeciente entre las nubes, y sintió que el amor de sus amigos le llenaba el corazón. Entonces, entre todos los aplausos y risas, Hércules dejó escapar un suave aullido que rápidamente se convirtió en una poderosa y melodiosa canción que llenó todo el parque.
Los niños aplaudieron con alegría y unieron sus voces al coro de Hércules, convirtiendo una simple noche en un mágico espectáculo que todos recordarán.
- “¡Lo lograste, Hércules! ” - gritó Lucas con lágrimas de felicidad.
- “¡Nunca dejes de cantar, amigo! ” - agregó Sofía mientras giraba en círculos.
Desde ese día, Hércules nunca dejó de aullar. Todos aprendieron que, a veces, lo que más necesitamos es recordar que no estamos solos. La amistad y el amor pueden superar cualquier tristeza, y si uno se siente perdido, siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.
Hércules no solo se convirtió en el perro del vecindario que llenaba el aire con su canto, sino en un símbolo de unión entre los vecinos, recordándoles cada noche que la música de la vida se enriquece con los lazos de la amistad.
FIN.