Honey, la pequeña guardiana



Había una vez una pequeña perrita llamada Honey que vivía en una hermosa casa con sus queridos dueños, Lucas y Ana. Honey era muy especial, no solo porque era pequeña y adorable, sino porque tenía una gran responsabilidad: cuidar la casa mientras sus dueños no estaban.

Un día, mientras Lucas y Ana se fueron a trabajar, Honey se acomodó en su lugar favorito junto a la ventana. Desde ahí, podía ver todo lo que sucedía en el vecindario. Pasaban los autos, la señora Rosa regaba sus plantas y, de repente... ¡sorpresa! Un grupo de gatos invasores se coló en su jardín.

- ¡Miau! - dijo el gato más grande, un enorme gato atigrado llamado Gato Ramón. - ¡Este lugar es nuestro ahora, perrita! Aquí haremos lo que querramos.

Honey, aunque era pequeña, no se iba a dejar vencer. Con su coraje en alto, saltó de la ventana y aterrizó en el jardín.

- ¡Deténganse! - ladró Honey con valentía. - Este es mi hogar y no permitiré que hagan lo que quieran aquí.

Los gatos se rieron de ella.

- ¿Qué nos vas a hacer? ¡Eres solo una perrita! - dijo Gato Ramón, mientras sus amigos comenzaban a explorar el jardín, saltando sobre las flores y rasguñando el suelo.

Pero Honey no se dio por vencida. Recordó que siempre había escuchado a Lucas decir que los problemas son oportunidades para demostrar nuestra valentía. Así que, en lugar de ladrar más, comenzó a idear un plan.

Primero, corrió a buscar su pelotita favorita. La agarró entre sus pequeñas patas y la lanzó con toda su fuerza hacia el grupo de gatos.

- ¡Miren eso! - exclamó uno de los gatos, olvidando su travesura por un instante. - ¿Qué es? ¡Una pelota!

Los gatos comenzaron a jugar con la pelota, y Honey aprovechó la oportunidad.

- ¡Ahora que están distraídos! - pensó mientras se movía sigilosamente entre los arbustos. Con un salto astuto, comenzó a morder sutilmente las colas de los gatos, ¡sin hacerles daño, pero haciendo que se sintieran incómodos!

- ¡Eso duele! - gritó un gato pequeño, dándose la vuelta para mirar a Honey. - ¿Qué significa esto?

- Solo estoy protegiendo mi hogar - contestó Honey con firmeza, moviendo su cola con determinación. - No quiero que destruyan mi jardín. Hay muchas flores aquí, y no son juguetes. ¿Por qué no juegan en su propio jardín?

Los gatos, al escuchar las palabras de Honey, comenzaron a sentirse un poco avergonzados.

- Nunca pensamos en eso - dijo Gato Ramón, que era, debajo de su apariencia fuerte, un gato amable. - Solo queríamos divertirnos.

Honey decidió usar esa oportunidad. - Si quieren jugar, podemos hacerlo de una manera diferente. ¿Qué tal si crean un equipo y compiten contra mí en una carrera? El que gane puede quedarse en mi jardín y disfrutar de una tarde de juegos. Pero, si les gano, deberán volver a su casa.

Los gatos se miraron entre sí, y en el fondo, les gustó la idea de jugar. Aceptaron el desafío y se prepararon para la carrera, mientras Honey se extendía frente a ellos, lista para correr con todas sus fuerzas.

- ¡A la cuenta de tres! - gritó Gato Ramón. - Uno... dos... ¡tres!

Y salieron disparados hacia el final del jardín. Honey dio todo lo que tenía, sus pequeñas patas de corrieron rápido, más rápido de lo que los gatos habían previsto. La carrera fue cerrada, pero al final, Honey llegó primero al farolito que estaba en la esquina del jardín.

- ¡Ganaste! - dijeron los gatos, admirando su velocidad. - Eres increíble, pequeña perra.

- Gracias, chicos. Pero eso significa que deben volver a su hogar.

Los gatos, sin rencores, aceptaron la derrota con gracejo.

- Está bien, pero, ¿puedes enseñarnos a jugar mejor para la próxima vez? - preguntó un pequeño gato de pelaje negro.

Honey sonrió. - Claro, siempre podemos jugar juntos, pero en mi jardín solo si prometen ser más respetuosos, así todos nos divertimos.

Desde entonces, los gatos comenzaron a visitar a Honey con menos intenciones invasoras. En lugar de eso, se volvieron amigos y formaron un gran equipo. Todos aprendieron a cuidar junto el jardín, a jugar de manera divertida, y a mantener el lugar limpio.

Así, Honey, la pequeña guardiana, no solo cuidó de su hogar, también enseñó a los gatos sobre la amistad y el respeto. Juntos, improvisaban juegos nuevos y alegremente pasaban los días llenos de risas. Honey descubrió que, a veces, no se trata solo de defender lo que amamos, sino de encontrar formas de compartirlo y disfrutarlo juntos.

Y así, la casa de Lucas y Ana, aunque con algunos gatos extra, se llenó de alegría y diversión todos los días.

¡Y colorín colorado, este cuento se ha acabado!

FIN.

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