Hugo y los Patos Ayudadores
Era un hermoso día soleado en el tranquilo pueblo de Villa Amarilla. Hugo, un chico curioso y un poco curiosón, estaba paseando cerca de un estanque cuando de repente escuchó un ruido que le llamó la atención. Al acercarse, vio a tres patos que parecían estar en problemas. Dos de ellos revoloteaban inquietos, mientras que el tercero, con un plumaje brillante, seguía nadando en círculos.
- ¡Cuac! - gritó el pato dorado, levantando una ala hacia el borde del estanque, como intentando llamar su atención.
Hugo, aunque un poco sorprendido, se agachó y se acercó más.
- Hola, patitos. ¿Qué les sucede? - preguntó, mientras movía una mano para hacerles una seña.
Los patos, siempre tan inteligentes, comenzaron a hacer gestos. El pato dorado señalaba hacia la orilla, donde había un grupo de ramas y algas que la lluvia había arrastrado al agua.
- ¿Están atrapados? ¿Necesitan que las saque? - Hugo pensó en voz alta. Los patos asintieron, moviendo sus cabezas de arriba hacia abajo.
- ¡Cuac! - respondió uno de los patos, empujando suavemente el agua con su pico.
Sin dudarlo, Hugo se quitó los zapatos y, con un poco de esfuerzo, comenzó a despejar las ramas. Uno a uno, los patos se acercaron y le ayudaron, nadando a su alrededor, como si lo animaran a seguir. Finalmente, después de un rato de trabajo en equipo, el estanque quedó despejado y el agua resplandecía.
- ¡Lo logramos! - exclamó Hugo, emocionado, mientras los patos chapoteaban felices a su alrededor.
Los patos hicieron un círculo alrededor de Hugo, y cada uno se asomaba como si le dieran las gracias. En ese momento, Hugo comprendió que había hecho nuevos amigos.
Pasaron los días, y Hugo regresaba todos los días al estanque, jugando con sus nuevos amigos. Pero un día, Hugo notó que el pato dorado no estaba entre ellos.
- ¿Dónde está el pato dorado? - preguntó angustiado. Los otros patos comenzaron a hacer sonar sus picos en el agua, dándole a entender que tal vez había ido a buscar comida.
Decidido a ayudar, Hugo se puso en marcha. Recorrió el gran campo de Villa Amarilla, mirando atentamente. Y ahí estaba, atrapado entre unos arbustos espinosos. El pato dorado no podía salir.
- ¡No te preocupes! ¡Voy a ayudarte! - gritó Hugo.
Hugo se acercó con cuidado y, usando un palo como herramienta, logró liberar al pato dorado de las espinas.
- ¡Cuac! - el pato dorado le dio una vuelta alrededor como agradecimiento, jugando felizmente en el agua.
A partir de ese día, los patos y Hugo se convirtieron en un verdadero equipo. Cada uno tenía su papel: mientras los patos buscaban comida, Hugo traía golosinas de la ciudad y ayudaba a limpiar el estanque.
Las emociones se hicieron aún más grandes cuando un día, llegó una tormenta fuerte, y el agua del estanque empezó a desbordar. Los patos estaban asustados, nadando a toda prisa buscando un lugar seguro.
- ¡Rápido! ¡Vengan conmigo! - gritó Hugo, haciendo señas para que lo siguieran a la parte más alta del estanque.
Hugo les mostró una pequeña cueva en la orilla. Uno a uno, los patos entraron, mostrando su confianza en él. Estuvieron seguros hasta que la tormenta pasó, y al salir, todos estaban sonriendo, incluso los patos.
- Siempre podemos contar los unos con los otros, ¿verdad? - dijo Hugo mientras los patos grazaban felices a su alrededor.
Y así, en el pequeño pueblo de Villa Amarilla, Hugo y sus amigos los patos siguieron viviendo muchas aventuras juntos. Aprendieron que la ayuda y la amistad siempre hacen la vida más divertida y llena de alegría. Desde aquel día, nunca más se sintieron solos, y Hugo siempre recordará que un pequeño gesto puede hacer una gran diferencia.
FIN.