Isadora y la Puerta Mágica
Era una tarde fría de diciembre y en la casa de Isadora todo era silencio. Su madre, una mujer que no soportaba la Navidad, había decidido que este año no habría adornos, ni luces, ni villancicos. "No necesito esa falsedad. La Navidad es solo un día más y hay cosas más importantes en la vida", solía decir. Isadora, una niña de diez años con una imaginación desbordante y un corazón lleno de sueños, anhelaba que su hogar se iluminara con el espíritu navideño que tanto veía en televisión.
Un día, mientras revisaba su armario en busca de un pullover que había perdido, se topó con una puerta pequeña y antigua que nunca había visto. "¿Dónde habrás estado escondida?", se preguntó. Con un ligero empujón, la puerta se abrió y la envolvió un torbellino de luces brillantes y colores vibrantes.
Al otro lado, Isadora encontró un mundo fantástico lleno de criaturas mágicas: hadas danzarinas, árboles que hablaban y ríos de caramelos. Pero, al poco de explorar, se encontró con una manticora que la observaba con curiosidad.
"¿Qué haces aquí, niña?", le preguntó la manticora, su voz profunda resonando en el aire.
"He llegado accidentalmente, pero estoy buscando el espíritu navideño. En mi casa, no hay Navidad..."
"Para recuperar ese espíritu, debes encontrar a la gárgola que guarda el secreto de la alegría navideña. Ella te ayudará, pero antes debes enfrentar tu mayor miedo. La herrera de las sombras te desafiará."
Con un nudo en el estómago, Isadora emprendió su búsqueda. A medida que se adentraba en este nuevo mundo, recordaba las palabras de su madre y se preguntaba si algún día podría disfrutar de la Navidad. Efectivamente, pronto se encontró con la herrera, un ser temido por todos en el mundo mágico. Su tallado en hierro parecía intimidante, con ojos que chisporroteaban como el fuego y una voz que retumbaba entre los árboles.
"¿Quién osa perturbar mi taller?", rugió la herrera.
"Soy Isadora, y he venido a recuperar el espíritu navideño", respondió la niña, con voz temblorosa.
"¿Y qué sabes de la Navidad?", me preguntó con desdén.
"Sé que se trata de amor, alegría y, sobre todo, de compartir momentos con quienes amamos. Aunque no lo tenga en mi hogar, no quiero rendirme".
La herrera la miró detenidamente. "¡Tienes coraje! Pero eso no será suficiente. Debes construir un objeto que represente lo que significa la Navidad para ti. Solo así demostrarás tu verdadero espíritu".
Isadora se puso a trabajar. Utilizó los materiales que encontró en el taller de la herrera: trozos de madera, chispas de estrellas y hilos de colores. Mientras construía, recordó todos los momentos en los que había sentido el calor de la Navidad en su corazón, a pesar de la ausencia de los adornos.
Después de horas de esfuerzo, finalmente creó una hermosa lámpara en forma de estrella que destellaba con un brillo cálido y reconfortante.
"¿Qué has creado?", preguntó la herrera, ahora con un tono menos amenazante.
"Es una lámpara que simboliza el brillo de la Navidad. No se trata solo de adornos, sino de la luz que llevamos dentro y que podemos compartir con los demás", respondió Isadora con una sonrisa.
Impresionada, la herrera sonrió por primera vez. "Has demostrado que el espíritu navideño vive en ti. Ahora, la gárgola podrá ayudarte".
Juntas, Isadora y la herrera se dirigieron hacia la montaña donde habitaba la gárgola. Con un movimiento de su mano, la gárgola despertó de su letargo y, al ver la lámpara, sonrió.
"Has traído luz al mundo. El espíritu navideño es tuyo y también puedes compartirlo en tu hogar. Regresa, y recuerda que la Navidad vive en tu corazón".
Isadora se despidió de sus amigos mágicos con una sonrisa y, tras atravesar la puerta mágica de regreso a su hogar, decidió que este año, sí habría Navidad. Con su lámpara en mano, se acercó a su madre.
"Mamá, ¿podemos decorar un poco, aunque sea?", pidió entusiasmada.
"No sé, Isadora...", dudó su madre. Pero al ver el brillo en los ojos de su hija y la luz de la lámpara, al final no pudo resistirse.
"Está bien. Solo un poco. Pero no me hagas prometer algo más grande", dijo con una sonrisa.
Y así, llenaron el hogar con decoraciones, risas y amor, creando nuevos recuerdos cada día. Isadora había aprendido que el verdadero espíritu de la Navidad no estaba en los adornos, sino en las conexiones y los momentos compartidos.
La magia de la Navidad había vuelto a su hogar, y todo gracias a su valentía y su determinación de no rendirse ante la adversidad.
FIN.