Isaías y el Gran Bizcochuelo
Había una vez un niño de 4 años llamado Isaías. Era un pequeño muy curioso que amaba la cocina. Su día favorito de la semana era el sábado, porque su mamá le enseñaba a hacer bizcochuelos. Cada sábado, Isaías se ponía su delantal de color amarillo y se preparaba para una aventura deliciosa.
"Mamá, ¿cuándo vamos a hacer bizcochuelos?" - preguntó entusiasmado Isaías.
"Hoy es el día, Isaías. Vamos a hacer el más rico del mundo" - le respondió su mamá con una sonrisa.
Isaías ayudaba en todo lo que podía. Medía la harina, rompía los huevos y removía con fuerza. Pero había un pequeño detalle: aunque a Isaías le encantaba hacer bizcochuelos, no siempre le salían perfectos. A veces quedaban un poco duros o un poco secos.
"Mamá, ¿por qué mi bizcochuelo no es esponjoso?" - preguntó con un puchero.
"Puede ser porque no batiste lo suficiente, o quizás no mediste bien los ingredientes. Pero no te preocupes, cada intento es una oportunidad para aprender" - le explicó su mamá.
Un sábado, Isaías decidió que quería hacer el bizcochuelo más grande del mundo. Así que, con un gran entusiasmo, juntó todos los ingredientes: 10 huevos, 5 tazas de harina y mucho, pero mucho azúcar.
"¡Mamá, mira todo esto!" - exclamó Isaías.
"Eso es un montón de bizcochuelo, Isaías. ¿Estás seguro de que necesitas tanto?" - le preguntó su mamá, un poco preocupada.
"Sí, quiero compartirlo con mis amigos también!" - contestó él.
Finalmente, comenzaron a mezclar los ingredientes. Isaías seguía revolviendo, pero no se daba cuenta de que el bol se estaba llenando mucho. De repente, al batir con fuerza, el bolo se volcó y ¡pum! Todos los ingredientes se derramaron por la mesa.
"¡Oh no!" - gritó Isaías, cubriéndose la cara con las manos.
"No te preocupes, hijo. Vamos a limpiarlo juntos. Pero después, ¡vamos a hacer un bizcochuelo de tamaño normal!" - le dijo su mamá mientras reía.
Isaías, aunque decepcionado, decidió seguir adelante. Limpiaron el desastre y choseó lo que habían aprendido:
"Tal vez no deba hacer tan grande las cosas de una sola vez..." - dijo Isaías pensativo.
Después de unas risas y mucho trabajo en equipo, decidieron hacer un bizcochuelo normal. Esta vez, siguieron cada paso al pie de la letra.
"¿Listo para ver cómo queda?" - preguntó su mamá mientras el bizcochuelo horneaba.
"¡Sí, lo hicimos juntos!" - respondió Isaías, emocionado.
Cuando salió del horno, el olor era maravilloso. El bizcochuelo se veía dorado y esponjoso. Isaías y su mamá lo decoraron con un poco de azúcar impalpable y unas cerezas.
"¡Está perfecto!" - exclamó Isaías al probar el primer pedazo.
"Lo hicimos juntos, por eso salió tan rico" - sonrió su mamá.
Esa tarde, Isaías invitó a sus amigos para compartir el bizcochuelo. Todos estaban felices y disfrutaron cada bocado de su creación.
"¡Isaías, este bizcochuelo es el más rico del mundo!" - dijo su amigo Tomi.
"Gracias, pero lo mejor de todo es que aprendí a no rendirme" - contestó Isaías, sonriendo.
Y así fue como Isaías descubrió que aunque las cosas no salgan como uno espera, siempre hay una lección que aprender. Desde entonces, cada vez que algo salía mal en la cocina, Isaías sonreía y decía:
"¡No es un desastre, es una oportunidad para hacer algo mejor!"
Fin.
FIN.