Izabeth la niña que quería surfear



Un día soleado en la playa de Mar del Plata, una niña llamada Izabeth miraba con asombro a los surfistas que desafiaban las olas. Con su cabello al viento y los ojos llenos de emoción, soñaba con surfear como ellos. Desde que había llegado al mar con su familia, no podía dejar de pensar en lo que se sentiría deslizarse sobre las olas.

- Mami, ¡quiero surfear! - exclamó Izabeth, mirando hacia su madre, que estaba extendiendo una toalla en la arena.

- Surfear, ¿eh? - respondió su madre con una sonrisa - Eso suena divertido, pero también un poco peligroso. ¿Estás segura?

Izabeth asintió con firmeza. Pasó el resto del día mirando y anotando todo lo que podía sobre el surf. Observó cómo los surfistas reían y disfrutaban, se caían a veces, pero siempre volvían a levantarse. Esa misma noche, mientras cenaban, Izabeth compartió su deseo con su padre.

- Papá, ¿me enseñarías a surfear? - preguntó, con los ojos brillantes de emoción.

- Bueno, a ver... - comenzó su padre, pensativo - Te puedo llevar a una escuela de surf. Pero tendrás que ser valiente y practicar mucho.

Izabeth saltó de alegría. Al día siguiente, se levantó muy temprano. Con su traje de baño y una tabla de surf que había alquilado, llegó a la escuela de surf con su papá. Fue recibida por un instructor llamado Toni, que tenía una gran sonrisa y una voz amistosa.

- Hola, campeona. ¿Listo para conquistar las olas? - le preguntó Toni, mientras ajustaba la tabla para Izabeth.

- Sí, quiero ser la mejor surfista - respondió ella, emocionada pero un poco nerviosa.

Las primeras clases fueron un desafío. Al principio, Izabeth se caía más veces de las que se mantenía en pie sobre la tabla. A veces se frustraba.

- ¡No puedo! - se quejaba mientras salía del agua, con el cabello empapado.

- Todo gran surfista ha sido un principiante - le dijo Toni, mientras le daba una mano - Lo importante es que te diviertas y no te rindas.

Izabeth decidió que, a pesar de las caídas, quería seguir adelante. Practicó cada día, aprendió a remar y a mantenerse en equilibrio. Con los días, empezó a sentir que las olas se convertían en sus amigas.

Un fin de semana, mientras surfeaba, se dio cuenta que había avanzado mucho. Una ola más grande se venía hacia ella. Su corazón latía con fuerza, pero recordó las palabras de Toni.

- ¡Voy, voy! - se animó y tomó impulso para subirse a la tabla.

La ola la llevó con fuerza y, sorprendentemente, Izabeth logró mantenerse en pie. Sintió una felicidad inmensa mientras deslizaba sobre el agua. ¡Era una auténtica surfista!

- ¡Lo logré! - gritó Izabeth mientras se deslizaba con una gran sonrisa en su rostro.

De repente, se dio cuenta de que su amigo Tomás la había estado observando desde la orilla. Con los ojos muy abiertos, corrió hacia ella una vez que salió del agua.

- ¡Izabeth! ¡Te vi! ¡Surfear fue increíble! - exclamó Tomás, casi sin aliento.

- Gracias, Tomás. Hice un montón de prácticas - respondió Izabeth, aún emocionada.

Sin embargo, no todo fue fácil. En uno de los días siguientes, una tormenta inesperada se formó. Las olas se volvieron más intensas.

- ¡Toni, no puedo! - gritó Izabeth cuando la tormenta comenzó a azotar la playa.

- ¡Mantén la calma, Izabeth! - le respondió Toni. - A veces el mar puede ser muy fuerte, debemos salir del agua y esperar a que todo se calme.

Izabeth escuchó a su instructor y se acercó a la orilla. Allí, observó que la tormenta, aunque asustaba, era solo un desafío temporal. Pensó en lo que había aprendido y decidió que no dejaría que los obstáculos la detuvieran.

Cuando la tormenta pasó, y el mar estuvo en calma de nuevo, las olas brillaban bajo el sol. Ella sabía que con esfuerzo podría superar cualquier cosa.

Finalmente, después de muchas prácticas, Izabeth participó en un pequeño concurso de surf. Estaba nerviosa, pero cuando llegó su turno, se recordó a sí misma que todo era para divertirse y disfrutar.

- ¡Vamos, Izabeth! ¡A surfear! - se animó a sí misma.

Se lanzó al agua y, aunque no ganó el concurso, se sintió una verdadera campeona.

- ¡Lo hice! - gritó, mientras regresaba a la orilla, sudorosa pero feliz.

- ¡Estoy tan orgulloso de vos! - le dijo su papá, abrazándola.

- Gracias, papá. Lo más importante es que aprendí a no rendirme - respondió Izabeth.

Desde entonces, Izabeth continuó practicando surf y formando nuevas amistades en la playa. Aprendió que cada caída era una oportunidad de levantarse y seguir adelante. A veces sus amigos no la acompañaban, pero ella sabía que siempre podía ir sola y desafiarse a sí misma.

Así, Izabeth se convirtió en una gran surfista y, más importante aún, en una niña valiente que nunca dejó de perseguir sus sueños.

FIN.

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