Jacinto y el Canto del Amanecer



Era una hermosa mañana en el pequeño pueblo de Luzdeleste. El sol comenzaba a asomarse en el horizonte, anunciando un nuevo día lleno de oportunidades. En una de las narices de casa, un pajarito llamado Jacinto se preparaba para su tarea diaria: cantar al amanecer.

Jacinto era un pequeño canario con plumas amarillas brillantes que le hacían destacar entre los demás pajaritos. Pero no solo se trataba de su color, sino también de su extraordinaria voz. Cada mañana, el canto de Jacinto resonaba en todo el pueblo, despertando a sus habitantes y llenando de alegría el aire.

"¡Buenos días, Luzdeleste!" - trinó Jacinto con su melodiosa voz, justo cuando el primer rayo de sol se asomaba en el cielo.

Las ventanas comenzaron a abrirse y los vecinos se asomaron para escuchar el canto de Jacinto.

"¡Qué bonito suena hoy!" - exclamó Doña Margarita, la anciana del barrio, mientras sacaba su sillón al patio.

"¡Sí! , ¡qué lindo! Al escuchar a Jacinto siento que todo es posible!" - respondió el niño Tomi, que siempre esperaba ansioso su melodía.

Sin embargo, no todo era color de rosa. Jacinto soñaba con un día en que pudiera participar en el gran Festival de los Pajaritos de la Ciudad, donde se reunirían los mejores cantores del país. Pero Jacinto se sentía nervioso porque no sabía si su canto sería lo suficientemente bueno como para competir.

Un día, mientras practicaba, se encontró con una vieja tortuga llamada Fernanda, que estaba tomando el sol y escuchando atentamente.

"¿Por qué lucís tan preocupado, pequeño amigo?" - le preguntó.

"Voy a participar en el festival, pero temo que no sea lo suficientemente bueno. Todos son tan talentosos..." - respondió Jacinto, cabizbajo.

"No temas, Jacinto. La verdadera belleza de cantar no se mide en competencia, sino en la pasión con la que lo haces", aconsejó Fernanda.

Inspirado por las palabras de su amiga, Jacinto decidió seguir practicando todos los días con más fervor que antes, pero no solo por él, sino también por todos aquellos que lo escuchaban y sonreían.

Con cada nuevo día, su canto mejoraba y el pueblo, que antes solo lo escuchaba, comenzó a unirse frente a su hogar para disfrutar y aplaudir su melodía.

"¡Jacinto, sos un genio!" - le gritaba Tomi, mientras se movía al ritmo de su canto.

"¡Tu canto nos hace felices!" - añadía Doña Margarita, alzando su taza de té en señal de agradecimiento.

El gran día del festival llegó. Jacinto temblaba de nervios al acercarse al escenario, donde otros pajaritos y aves esperaban su turno para actuar. Desde rozagantes canarios, hasta majestuosos tucanes, la competencia era feroz. En el fondo sentía que no podría brillar entre ellos.

Pero cuando fue su turno, recordó las palabras de Fernanda y la alegría de su pueblo al escuchar su canto. Alzó su cabeza, cerró los ojos y comenzó a cantar con todo su corazón. Su canto resonó en el aire, lleno de amor y esperanza, y a medida que se extendía, los demás pajaritos se quedaron en silencio, maravillados por su talento y sus notas llenas de emoción.

Al final de su actuación, el público estalló en aplausos, gritos y vítores.

"¡Bravo, Jacinto!" - gritaba Tomi desde el fondo de la plaza.

"¡Tan hermoso!" - añadió Doña Margarita, secándose una lágrima de felicidad.

Al finalizar el festival, los jueces deliberaron y finalmente, Jacinto recibió el premio a la "Mejor Actuación del Día". Pero más allá del trofeo, lo que realmente la llenó de alegría fue saber que había vencido sus temores y compartido su canto con todos.

"La música une y alegra", dijo mientras levantaba su trofeo.

"¡Y todo gracias a ustedes, mi querido pueblo!" - completó, sonriendo a sus amigos.

Jacinto aprendió que lo importante no es competir, sino compartir lo que amas y que su canto, que al salir el sol anunciaba un nuevo día, también podía inspirar a otros a seguir sus sueños.

Y desde ese día en adelante, su canto al amanecer se convirtió no solo en aviso del nuevo día, sino en una celebración de la amistad y la unión en Luzdeleste.

FIN.

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