Jalhef y el Poder de la Paciencia



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Arcoíris, un niño llamado Jalhef. A Jalhef le encantaba jugar con sus amigos, pero había algo que lo hacía un poco diferente de los demás: a veces se enojaba sin pensar y eso le traía problemas.

Un día, mientras jugaba a la pelota en el parque con sus amigos, Jalhef se emocionó tanto que, cuando perdió la posesión de la pelota, se enojó.

- ¡No es justo! - gritó, apretando los puños.

Sin pensarlo, pateó la pelota con todas sus fuerzas. Pero, en vez de ir hacia el arco, la pelota salió volando hacia la ventana de la casa del señor Gómez, un viejo y adusto vecino.

- ¡Crack! - sonó el vidrio al romperse.

Jalhef se quedó paralizado, horrorizado. Sabía que lo que había hecho no estaba bien, pero no sabía cómo manejar la situación. Entonces, decidió correr con sus amigos a esconderse detrás de un árbol.

- ¿Qué hacemos, Jalhef? - preguntó su amiga Lila, con los ojos muy abiertos.

- No lo sé. Vamos a hacernos los desentendidos - murmuró Jalhef, nervioso.

Pasaron unos minutos y el señor Gómez salió de su casa, buscando la causa del estruendo. Cuando los chicos se dieron cuenta de que él estaba enfadado, sintieron que el corazón les daba un vuelco.

- Mejor, vayamos a hablar con él - sugirió Tomás, un amigo de Jalhef, que siempre había sido muy valiente.

- Pero, ¿y si nos regaña? - se quejó Jalhef.

Sin embargo, la curiosidad y la preocupación lo llevaron a acercarse con sus amigos. El grupo se armó de valor y se acercó a la casa del señor Gómez.

- E-ehm... buenas tardes, señor Gómez - empezó Lila, titubeante.

- ¿Qué quieren? - respondió el señor con una voz que sonaba un poco seria.

- Bueno, nosotros... - Jalhef sintió que se le cerraba la garganta, pero resopló y dijo - rompí su ventana sin querer, señor. Lo siento mucho.

El señor Gómez los miró fijamente, y Jalhef temió que iba a gritarles. Pero, para su sorpresa, el anciano soltó un suspiro.

- Me alegro de que lo hayan dicho. Antes de que le echen la culpa a otro, es bueno asumir lo que uno hace - les dijo con voz más suave. - Pero ahora hay que arreglarlo. ¿Saben cómo pueden ayudarme?

Los niños se miraron, un poco confundidos.

- Podemos ayudarlo a limpiar o arreglar la ventana - dijo Tomás, con valentía.

- Exactamente. Y en el proceso, aprenderán que perder los estribos no lleva a nada bueno - respondió el señor Gómez.

Jalhef se sintió aliviado. No solo había afrontado su error, sino que también iba a aprender algo valioso. A partir de ese día, los chicos juntos ayudaron al señor Gómez a reparar su ventana, usando materiales que él les proporcionó. Además, el señor Gómez les enseñó sobre la importancia de la paciencia y cómo controlar la ira.

- La próxima vez que te sientas enojado, intenta contar hasta diez antes de actuar - les recomendó. - Eso te ayudará a pensar con claridad.

Con el tiempo, Jalhef se volvió más calmado y aprendió a pensar antes de actuar. Ahora, cuando se enojaba, respiraba hondo y contaba hasta diez. Sus amigos, al ver el cambio, también comenzaron a practicarlo.

En el parque, Jalhef se convirtió en el niño que ayudaba a los demás a calmarse cuando estaban enojados. Jugaban juntos y siempre se recordaban unos a otros:

- ¡Respira hondo y cuenta hasta diez! - decían, riendo y disfrutando de sus juegos.

Y así, Jalhef aprendió que la paciencia y la reflexión traen felicidad, y que cuando compartimos nuestros errores, también podemos aprender y crecer juntos. Y desde aquel día, su corazón se llenó de paz y sonrisas en lugar de enojo y culpa.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!