Jamie y el Camino Desconocido



Era una tarde soleada en la ciudad y la escuela de Jamie estaba más viva que nunca con risas y juegos. Jamie, un niño ciego de diez años, se sentía completamente emocionado por el nuevo proyecto de ciencias que había creado junto a sus amigos. Su bastón, una extensión de su mano, lo ayudaba a explorar el mundo a su alrededor. Aunque le gustaba la independencia que le ofrecía, aún dependía mucho de su madre, Rosa, quien siempre lo recogía a la salida.

Ese día, mientras todos sus compañeros iban y venían de sus casas, Rosa no pudo llegar a tiempo. Ella lo había llamado con preocupación.

"Lo siento, Jamie. No puedo llegar hoy. Pero te quedas esperando a tu amigo Tomás, ¿verdad?" - le dijo Rosa desde su celular.

"Claro, mamá. No hay problema!" - respondió Jamie, manteniendo el optimismo.

Sin embargo, los minutos pasaron, y Tomás no llegó. Jamie empezó a pensar que quizás sería capaz de llegar a casa solo. Sintió una mezcla de emoción y nerviosismo, pero la idea de aventurarse lo llenaba de energía.

"Podré hacerlo, mamá siempre dice que puedo ser valiente" - se decía a sí mismo.

Con decisión, Jamie agarró su mochila, se ajustó el bastón y se dio media vuelta para dirigirse a la salida de la escuela.

A medida que cruzaba el patio, escuchó cómo los demás chicos jugaban al fútbol. Con cada golpe de pelota, la música del juego se sentía más intensa. "¿Por qué todos se quedan ahí divirtiéndose?" - pensó. "Yo también puedo disfrutar, a mi manera".

Conseguido el valor, se dirigió hacia la vereda. Al llegar a la esquina, avanzó despacio. Usó su bastón para sentir la textura del suelo y escuchar el murmullo del mundo a su alrededor. Pero antes de avanzar, frenó. Había un ruido diferente, un sonido sutil en el aire. Era el sonido del tráfico, y se sentía más fuerte a su izquierda.

"Es mejor que me detenga un momento" - murmuró para sí mismo.

Al relajarse y concentrarse, escuchó un silbido.

"¿Quién estará silbando?" - se preguntó. "Quizás sea alguien que necesita ayuda". Decidió seguir el sonido y se movió hacia el costado de la vereda. A medida que se acercaba, una voz amistosa se presentó.

"¡Hola! Soy Carla, estoy esperando a mi hermano que juega en el equipo de fútbol. ¿Estás perdido, pequeño?" - dijo una chica mayor.

"No estoy perdido, solo estoy-yendo a casa. Solo que no sé por dónde ir exactamente" - dijo Jamie, sintiéndose un poco más seguro.

"Puedo acompañarte, así no tienes que ir solo" - ofreció Carla con una sonrisa.

Jamie sintió una oleada de alivio. Juntos, comenzaron a caminar, y mientras lo hacían, le contó a Carla sobre su proyecto de ciencias y cómo le gustaría experimentar más del mundo que lo rodeaba. Carla, interesada, le dijo:

"¡Eso suena increíble! También me encanta la ciencia. Deberíamos hacer un proyecto juntos en el futuro".

A medida que avanzaban, encontraron un bache en la vereda. Carla tomó la iniciativa.

"Necesitamos rodearlo. Te voy a guiar, Jamie. Se siente una pequeña hendidura aquí, correcto?" - dijo, mientras tocaba el suelo bajo sus pies.

"Sí, lo siento" - dijo Jamie, sabiendo que caminar junto a ella era mucho más fácil.

Después de un tiempo, llegaron a un parque, donde el sonido de los niños jugando resonaba con fuerza. La imagen de un mundo lleno de risas ilusionaba a Jamie.

"Oye, ¿tú también puedes escuchar eso? Es maravilloso" - comentó Jamie, su voz llena de emoción.

"Sí, ¡es genial!" - respondió Carla. "¿Te gustaría quedarte un rato aquí? Te puedo ayudar a jugar a algo".

"Me encantaría, pero debo llegar a casa" - dijo Jamie, recordando a su madre.

Con la ayuda de Carla, continuaron hacia la casa de Jamie. Al llegar, su madre Rosa los estaba esperando en la puerta con un gesto de preocupación en su rostro.

"¡Jamie! Me preocupé tanto, pensé que no llegarías!" - exclamó Rosa, abrazándolo.

"Mamá, estaba acompañado por Carla, fue muy divertido. ¡Te voy a contar todo!" - respondió Jamie sonriente.

Rosa sonrió al ver a su hijo tan feliz y en un buen camino.

"Me alegra que estés bien. ¿Te diste cuenta de que tienes la capacidad de ser más independiente?" - le preguntó Rosa.

"Sí, mamá. Aprendí que puedo hacer más cosas por mí mismo y que puedo encontrar ayuda cuando la necesito" - dijo Jamie, sintiéndose orgulloso de su aventura.

A partir de ese día, Jamie comenzó a explorar su independencia con más confianza. Cada vez que su madre no podía ir a recogerlo, supo que había un mundo de oportunidades que lo esperaba y que, a veces, lo único que necesitaba era un poco de valentía y la ayuda de un amigo. Y así, Jamie se aventuró en la vida, con su bastón en mano y una sonrisa en el rostro, listo para descubrir lo que el mundo tenía para ofrecer.

FIN.

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