Jesús y la Hamburguesa Valiente
Había una vez en un colegio de Buenos Aires un niño llamado Jesús. A Jesús le encantaban las hamburguesas; cada día traía una en su vianda y esperaba ansioso el recreo para disfrutarla. Pero había un pequeño gran problema, otro niño en su clase, Jady, tenía fama de ser un poco travieso y le encantaba hacerle bromas a los otros. En especial, tenía una debilidad: las hamburguesas de Jesús.
Cada vez que Jesús sacaba su hamburguesa, Jady aparecía como un rayo.
"¿Qué tenés ahí, Jesús?", decía Jady con una sonrisa burlona.
"Es solo mi hamburguesa, Jady. ¡Dejala!", respondía Jesús, con una voz temblorosa.
Pero a pesar de los esfuerzos de Jesús, Jady siempre lograba convencerlo de que le diera un bocado, y luego se comía la mitad. Esto hizo que Jesús se sintiera triste y frustrado, y cada día le costaba más esperar el momento del recreo.
Un día, después de que Jady le había quitado la primera mitad de su hamburguesa, Jesús decidió que ya no podía soportar más la situación. Era hora de hacer algo valiente.
"Jady, no quiero que me robes más hamburguesas. ¡Es injusto!" declaró Jesús, con una voz que sonaba más firme de lo que se sentía.
Jady se rió y le respondió:
"¿Y qué vas a hacer, Jesús? ¿Vas a llorar?"
Esa risa burlona retumbó en el patio, pero Jesús no estaba dispuesto a rendirse.
Decidió contarle a su amiga Sofía, quien tenía una idea brillante.
"Jesús, ¿has pensado en hablar con Jady de una manera diferente? Tal vez podrías invitarlo a compartir la hamburguesa. Así, verás que puede ser divertido", sugirió Sofía.
Al principio, a Jesús le pareció una idea extraña. ¿Cómo podría compartir con quien siempre le robaba? Pero, a la vez, decidió que valía la pena intentarlo.
Cuando llegó el siguiente recreo, Jesús se armó de valor y fue a buscar a Jady.
"Jady, necesito hablar contigo."
Jady se interesó y accedió. Jesús entonces dijo:
"¿Te gustaría probar mi hamburguesa? Podríamos compartirla y ver si podemos ser amigos."
Jady quedó sorprendido por la propuesta, pero algo en la actitud de Jesús empezó a cambiarlo. Se estaba dando cuenta de que esta vez no había cólera ni reproches, solo una oferta de amistad. Jady se sentó y miró la hamburguesa con curiosidad.
"¿De verdad querés compartirla? No me parece que sea tu estilo..." dijo Jady, atónito.
"Soy valiente, ¿no?", respondió Jesús, sonriendo. "Y además, las hamburguesas son más ricas si las compartís."
Así fue como, paso a paso, Jady y Jesús empezaron a compartir no solo las hamburguesas, sino también momentos de amistad y juegos en el patio del colegio.
Con el tiempo, Jady entendió que compartir era muchísimo más divertido que robar. Se dio cuenta de que Jesús era un gran amigo, y Jesús, a su vez, aprendió que a veces una conversación abierta puede cambiar las cosas para mejor.
Desde aquel día, la hora del almuerzo se llenó de risas y hamburguesas compartidas. Y así, tanto Jesús como Jady descubrieron que la verdadera satisfacción no provenía de tener la hamburguesa para uno mismo, sino de disfrutarla con un amigo.
Fin.
FIN.