Jesús y sus palabras brillantes



Era una mañana soleada en el barrio de La Esperanza, donde vivía un niño llamado Jesús. Con su cabello alborotado y su energía inagotable, siempre estaba dispuesto a ayudar y hacer reír a los demás. Jesús tenía un gran corazón, pero a veces, sus palabras salían volando sin pensar, y eso provocaba que algunos de sus amigos se sintieran lastimados.

Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, se organizó un partido de fútbol. Todos estaban entusiasmados y al ver a Juan, un niño nuevo en el barrio, Jesús exclamó:

"¡Hey, miren a ese chico! Ese no tiene la camiseta del equipo. ¿De dónde sos?"

Los demás niños se rieron, pero Juan se sonrojó y bajó la mirada. La sonrisa de Jesús se desvaneció al instante, pero no entendió por qué Juan se sentía mal. Sin embargo, su amiga Sofía no se quedó callada.

"Jesús, no está bien que hagas bromas sobre las cosas que no podemos cambiar. Juan solo quiere jugar como nosotros."

Jesús se sintió un poco confundido, pero siguió adelante con el partido. Sin embargo, cuando el juego terminó, vio a Juan sentado solo en una esquina.

"¿Por qué no jugaste, Juan?" preguntó Jesús, acercándose.

"No me gusta cuando me dicen que no tengo una camiseta. No tengo amigos aquí" respondió Juan, su voz temblorosa.

Diez minutos después, la situación se tornó un poco más complicada. Otro grupo de niños llegó al parque, y comenzaron a jugar con una pelota más grande. Cuando Jesús vio que Juan miraba con ganas, algo en su interior lo empujó a actuar.

"¡Vamos a jugar todos juntos!" dijo, con una sonrisa sincera.

"¡Pero no tengo una pelota!" respondió Juan, mirando al suelo.

Jesús, decidido a hacer las paces, se acercó y le dio un empujón en su hombro mientras le decía:

"Pero tenés un gran corazón, eso es lo que importa. ¡¿Vamos a jugar? !"

Sofía, que estaba observando todo, sonrió al ver que Jesús intentaba ser amable. Pero aún había algo que lo preocupaba. Al final del día, Jesús se sentó con Sofía para hablar de lo que ocurrió.

"No quise hacer sentir mal a Juan. Solo quise ser divertido. ¿Por qué a veces es tan difícil saber qué decir?"

"A veces no nos damos cuenta de que nuestras palabras son poderosas. Pueden hacer sonreír, pero también pueden herir. A veces, solo hay que pensar un poquito antes de hablar." le respondió Sofía.

Esa noche, mientras iba a la cama, Jesús no podía dejar de pensar en lo que Sofía le había dicho. Decidió que sería diferente. Al día siguiente, cuando vio a Juan en el parque, le acercó una pelota y le dijo:

"Hola, Juan! Esta es para vos. Quiero que juegues con nosotros."

La cara de Juan iluminó el parque como el sol brilla tras las nubes.

"¡Gracias, Jesús! No sabía que querías que jugara."

"Sí, ¡vamos! No importa la camiseta, lo que importa es jugar juntos."

Desde aquel día, Jesús empezó a practicar el poder de sus palabras. Aprendió a ser más cuidadoso y a usar su corazón de oro para construir puentes, no barreras. Hizo de su misión ayudar a cada niño en el parque a sentirse incluido y amado.

Las situaciones que antes parecían complicadas, ahora eran oportunidades para crecer. Jesús, Juan y todos sus amigos pasaron a ser un gran equipo, uno que valoraba las palabras bondadosas, donde cada uno podía ser parte de la aventura. Y así, Jesús no solo aprendió a cuidar sus palabras, sino que se convirtió en un verdadero líder entre sus amigos. En el juego de la vida, ese era el mejor gol que se podía conseguir.

FIN.

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