Jimena y las maravillosas palabras



Había una vez en un tranquilo pueblo de Argentina, una niña llamada Jimena. Desde muy pequeña, Jimena había escuchado historias de sus abuelos en el barrio, quienes hablaban en español y también utilizaban un dialecto especial llamado ‘criollo’. Pero eso no era todo, porque su mamá, que había nacido en el norte del país, solía compartir palabras en quechua y su papá, que provenía del sur, le enseñaba a hablar en mapudungun. Así, Jimena creció rodeada de ricos sonidos y colores lingüísticos, disfrutando de cada variante que su familia le compartía.

Un día, mientras jugaba en el parque, Jimena escuchó a dos niños que hablaban entre ellos. Uno de ellos, llamado Mateo, hablaba en español y el otro, llamado Valentina, usaba gestos y algunas palabras en lengua de señas.

"¡Hola!" - saludó Jimena con una gran sonrisa "¿De qué están hablando?"

"Nos estamos contando historias de nuestra familia. A veces es difícil entendernos, porque cada uno habla diferente" - respondió Mateo.

"A mí me encanta escuchar cómo se habla en tu casa, Valentina. ¿Podrías enseñarme algunas palabras en lengua de señas?" - preguntó Jimena emocionada.

Valentina sonrió y levantó la mano.

"Claro, puedo enseñarte. Primero, aquí está ‘hola’" - y mostró cómo llevar su mano hacia su frente "y esta es ‘gracias’" - indicó formando un puño y llevándolo al pecho.

Jimena estaba entusiasmada y decidió compartir también sus conocimientos.

"¡Perfecto! Y yo puedo enseñarles algunas palabras que escuché en el norte. ‘Ñawi’ significa ojo en quechua. ¡¿No suena genial? !" - dijo mientras hacía un gesto con los dos dedos apuntando a sus ojos.

Mateo y Valentina aplaudieron con alegría.

"¡Sí! Aprender juntos es más divertido." - gritó Mateo.

Los tres amigos comenzaron a jugar a un juego de palabras. Cada vez que alguien decía una palabra en su idioma natal, el otro debía replicar en su versión. Así, una ola de sonrisas y mucha diversión envolvía el parque.

Sin embargo, no todo sería tan fácil. Un grupo de niños que pasaban los vieron riendo y se acercaron con una mirada burlona.

"¿Qué están haciendo? Hablando en lenguas raras?" - dijo uno de los niños del grupo.

Jimena, valiente, les respondió.

"No son lenguas raras, son nuestras palabras. Cada una es especial. Si quieres, ¡podemos compartirlas contigo!"

Los nuevos niños se miraron entre ellos, dudando. Pero uno, que se llamaba Tomás, se acercó curioso.

"¿De verdad? Desde que llegué al barrio, no he aprendido nada diferente. ¿Por qué no quiero intentarlo?"

Jimena sonrió y lo invitó a unirse.

"¡Ven, vamos a enseñarte! Puedes empezar por ‘hola’ en señas y voy a enseñarte ‘ñawi’ en quechua."

Entonces, la magia sucedió. Tomás empezó a aprender y al ver lo divertido que era, el grupo de niños se animó a unirse a la ronda. Pronto, el parque se llenó de risas y palabras en distintos idiomas.

"Yo quiero aprender más palabras de cada uno" - exclamó uno de los nuevos amigos, mientras metía la mano en su bolsillo – “y yo voy a contarles la historia de mi familia en español.”

Un intenso intercambio de historias y risas dio lugar a nuevas amistades. Jimena sintió que estaba ayudando a construir puentes entre sus amigos y se sentía realizada.

No obstante, llegó un momento en que decidieron dar vida a una historia conjunta, un cuento hecho por ellos. Usaron cada lengua y cada variedad que conocían para contarla y llamaron a la obra 'La Aventura de la Amistad'. Al finalizar, los aplausos resonaron en el aire.

"Lo hicimos juntos, ¡esto fue increíble!" - celebró Valentina, saltando de felicidad.

Al día siguiente, decidieron compartir su historia con el resto del barrio. En el centro del pueblo organizaron un evento donde todos podían hablar en su idioma, cantar y compartir danzas.

Jimena se sintió muy orgullosa de su habilidad de unir a las personas, y esa jornada quedó grabada en el corazón de todos. Su comunidad se volvió un lugar donde cada idioma y cada variante lingüística se celebraba. Las diferencias se convirtieron en colores vibrantes en un hermoso lienzo.

Desde ese día, Jimena no solo aprendió de sus lenguas, sino que también enseñó a otros el valor de la diversidad y la amistad. Al final, entendieron que en cada palabra, hay amor y comprensión.

Y así, siguieron jugando, aprendiendo y creando juntos, dándole vida a una hermosa historia que unió a todos, sin importar de dónde vinieran.

Fue entonces cuando Jimena se dio cuenta de que hablar distintas lenguas es un verdadero regalo que lleva a la amistad y la diversidad. Y así, siempre estaría dispuesta a compartir ese tesoro con el mundo.

FIN.

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