Joaquín es Especial
En un colorido barrio de Buenos Aires, vivía un niño llamado Joaquín. Era un chico alegre, con una imaginación desbordante y un corazón gigantesco. Todos en el barrio sabían que Joaquín tenía una forma particular de ver el mundo. Cada vez que contaba sus historias, los niños se reunían a su alrededor, fascinados por las aventuras que creaba. Pero no todos lo entendían.
Un día, mientras jugaban en el parque, Joaquín compartió una idea loca.
"¡Chicos! ¿Y si construimos una máquina del tiempo con cajas de cartón?"
Los otros niños lo miraron con escepticismo.
"Pero Joaquín, las máquinas del tiempo no existen" dijo Mariela, su amiga más cercana.
"¿Y si existen en nuestra imaginación? Podemos viajar a donde queramos" contestó Joaquín, con una sonrisa brillante.
Decididos a hacer realidad la idea de Joaquín, los niños empezaron a recolectar cajas, cintas adhesivas y un montón de colores. Mientras trabajaban, Joaquín les contaba historias de diferentes épocas y lugares:
"Vamos a ir a conocer a los dinosaurios y luego a ver a los piratas en el Caribe".
Con cada palabra, los niños sentían que eran transportados a esos mundos lejanos. Sin embargo, algunos chicos, como Mateo, seguían riéndose.
"Es solo una caja de cartón, Joaquín. No vamos a ninguna parte".
Sin desanimarse, Joaquín siguió construyendo su máquina del tiempo y, poco a poco, otros niños comenzaron a unirse.
Pero un giro inesperado ocurrió. Al día siguiente, un fuerte viento derribó la máquina del tiempo y dejó todo hecho un desastre. Los chicos, decepcionados, se sintieron tristes.
"Ya está, chicos. Creo que esto no funcionó" dijo otra vez Mateo, riéndose.
"No, chicos. No podemos rendirnos" respondió Joaquín mientras recolectaba las cajas caídas.
Fue entonces que, para sorpresa de todos, una idea brillante surgió en la mente de Joaquín.
"Si juntamos las cajas que tenemos, tal vez podamos hacer algo diferente. ¡Una nave espacial!"
Los ojos de los niños brillaron al escuchar la nueva propuesta.
"Sí, ¡podemos ir a la luna!" exclamó Mariela.
El espíritu se recuperó de inmediato y otra vez comenzaron a construir, esta vez con más entusiasmo. Joaquín dirigió la construcción, pero también les dio espacio a los demás para aportar sus ideas.
Finalmente, lograron armar una impresionante nave espacial. El día de la —"lanzamiento" , todos se juntaron en el parque.
"¡Vamos a realizar nuestra misión!" gritó Joaquín, emocionado.
"¿Están listos para despegar?" preguntó Mariela. Todos gritaron enardecidos:
"¡Sí!"
Subieron a bordo de su nave de cartón y comenzaron a contar hacia atrás.
"¡3, 2, 1, despegamos!"
Empezaron a mover sus manos como si fueran cohetes, riendo y disfrutando. En su imaginación, estaban volando entre las estrellas y visitando planetas lejanos.
Al término del juego, se dieron cuenta de que, aunque no habían ido a la luna, la experiencia y la diversión juntos eran lo que realmente importaba. Al ver a Joaquín, Mateo se acercó.
"Perdón, Joaquín. En verdad, tu idea era muy creativa. Me gustaría ponerme a hacer esto con ustedes desde ahora".
Joaquín sonrió, sin rencores.
"¡Todos son bienvenidos! La aventura siempre es mejor cuando la compartimos".
Desde ese día, el grupo de amigos se unió para explorar juntos nuevas ideas. Aprendieron que lo especial de Joaquín no era solo su imaginación, sino su capacidad para inspirar a los demás a soñar y crear también.
Así, Joaquín enseña a todos que, aunque algunos puedan no entender su visión del mundo, siempre habrá un espacio para la creatividad y la amistad. E hicieron un pacto: cada vez que se encontraran, construirían algo nuevo.
Y así, Joaquín hizo que todos en el barrio se sintieran especiales por ser parte de su mágica imaginación.
FIN.