Joel y los Palillos Mágicos



Había una vez en un hermoso pueblo de Japón, un chico llamado Joel. Joel era un niño curioso y lleno de energía, pero había algo que le incomodaba: ¡no sabía usar los palillos!

Desde que llegó a Japón, había soñado con compartir comidas deliciosas con sus amigos, como sushi, ramen y takoyaki, pero cada vez que le daban unos palillos, su corazón se llenaba de nervios.

"¡Mamá!", le decía a menudo. "¿Por qué no puedo usar los palillos como los demás chicos?"

"No te preocupes, Joel. A todos nos cuesta aprender algo nuevo. Lo importante es que lo intentes con ganas", le respondía su madre, con una sonrisa alentadora.

Un día, mientras paseaba por el parque, Joel se encontró con un anciano llamado el Sr. Tanaka, quien estaba alimentando a las aves. Los ojos de Joel brillaron al verlo usar sus palillos con tanta destreza.

"¡Hola!", dijo Joel, entusiasmado. "¡Qué bien usás los palillos! Yo no puedo. ¿Me podrías ayudar?"

"¡Claro!", respondió el Sr. Tanaka con una sonrisa. "Sólo necesitas un poco de práctica y paciencia. Vamos a aprender juntos."

Así, comenzaron sus lecciones. El Sr. Tanaka le enseñó a Joel cómo sostener los palillos correctamente. Cada día estaban juntos, y Joel se esforzaba por mejorar.

"Recuerda, Joel, hay que relajarse y no tener miedo de equivocarse. Todos empezamos en algún lugar", le decía el anciano mientras le daba ánimo.

Sin embargo, con el tiempo, las cosas no eran tan sencillas. Un día, se llevó los palillos a la escuela para mostrar a sus amigos lo que había aprendido, pero en medio de una divertida comida, los palillos se le resbalaron de las manos, y la comida salió volando por todas partes.

"¡Oh no, esto es una vergüenza!", pensó Joel, con la cara roja como un tomate. Su risa nerviosa hizo que todos se rieran también.

"No te preocupes, Joel. A todos nos ha pasado", le dijo su amiga Aya.

"Sí, ¡sigue intentándolo!", agregó su amigo Kenji.

Joel se sintió mejor gracias al apoyo de sus amigos.

"¿De verdad creen que podré aprender?", preguntó, aún dudando de sí mismo.

"¡Por supuesto! Con práctica y algunas risas, todo es posible", respondió Kenji.

Eso le dio fuerzas a Joel. Regresó al apartamento con su madre, decidido a no rendirse. El Sr. Tanaka lo vio entrar.

"¡Te vi en la escuela! ¿Estás bien?" preguntó el anciano.

"Sí, pero me siento un poco triste. Pasé vergüenza", admitió Joel.

"Lo importante es que sigas intentándolo. Vamos a hacer un juego. Cada vez que falles, lo intentaremos de nuevo con una comida divertida. ¿Te parece?"

Así, el Sr. Tanaka y Joel empezaron a hacer juegos usando cosas como gominolas, bolitas de arroz y frutitas, para que Joel pudiera practicar sin presión. Además de lo divertido, cada día aumentaba su confianza.

Finalmente, el día del festival del pueblo llegó, y todos estaban emocionados por la cena compartida. Joel tenía un pequeño puesto donde iba a presentar un plato típico que había preparado junto a su madre: sushi de palta y pepino.

Con sus palillos en mano, vio a muchos niños y adultos disfrutando de la comida. Se sintió nervioso, pero recordó las palabras del Sr. Tanaka y de sus amigos.

"¡Ahora voy a demostrar lo que he aprendido!", se dijo a sí mismo.

cuando llegó su turno, levantó el sushi con gran concentración. El silencio se apoderó del lugar mientras todos observaban. Con firmeza y gracia, ¡sostuvo el sushi con los palillos!"¡Lo logré!", gritó emocionado.

Todos aplaudieron y vitorearon

"¡Bien hecho, Joel!"

"¡Sos un genio con los palillos!", exclamó Aya.

Con el corazón lleno de alegría, Joel sonrió de oreja a oreja. Se dio cuenta de que, aunque había sido un camino difícil y lleno de tropiezos, la persistencia y el apoyo de sus amigos y su maestro lo habían ayudado a alcanzar su sueño.

Desde ese día, Joel se convirtió en un experto con los palillos, y cada vez que podía, ayudaba a otros niños que, como él, querían aprender.

"¿Ven? No hay sueño imposible si lo intentás con ganas y actitud!", decía alegremente.

Y así, entre risas y comidas compartidas, Joel aprendió una valiosa lección: que todos, sin importar cuán grandes sean los tropiezos, pueden alcanzar sus sueños si no se rinden.

FIN.

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