Jon y el Viaje al País de las Emociones



Había una vez un niño llamado Jon, que vivía en un tranquilo barrio rodeado de árboles y juegos. Jon era un chico muy inteligente, siempre sabía la respuesta correcta en la escuela y hacía las tareas antes de que se las asignaran. Sin embargo, había un pequeño gran detalle: Jon no se daba cuenta de lo que sentían sus amigos. No entendía cuando estaban tristes o felices, y a menudo respondía de una manera que los hacía sentir mal.

Un día, mientras jugaban en el patio de la escuela, sus amigos Nicolás y Valentina estaban muy emocionados por el nuevo juego que habían inventado.

"¡Jon, ven a jugar! ¡Es muy divertido!" - gritó Valentina, moviendo sus manos con entusiasmo.

"¿Pero si solo es correr y gritar?" - respondió Jon, cruzado de brazos.

"No es solo eso, hay que tener imaginación y trabajar en equipo" - insistió Nicolás.

"Imaginación... eso no sirve. Solo hay que ganar", afirmó Jon, decidido.

Al ver que no estaba dispuesto a participar, Nicolás y Valentina se alejaron un poco, y aunque se divirtieron, Jon se sentó solo en una banca, sintiéndose aburrido.

Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Jon se dio cuenta de que algo le faltaba, pero no sabía exactamente qué era. Fue entonces cuando escuchó un susurro proveniente de debajo de su cama.

"Jon... Jon... ven aquí" - decía una voz suave.

Intrigado, miró debajo de la cama y se encontró con un pequeño duende.

"Soy Emoti, el duende de las emociones. He venido a llevarte a un viaje especial" - explicó el duende, con una gran sonrisa.

"¿A dónde?" - preguntó Jon, sin un atisbo de emoción en su voz.

"Al País de las Emociones. Allí aprenderás cómo se siente realmente tu corazón y cómo los demás sienten lo mismo" - dijo Emoti.

Sin pensarlo dos veces, Jon siguió al duende, y en un abrir y cerrar de ojos estaban en un lugar lleno de colores brillantes y formas extrañas.

"¡Bienvenido!" - exclamó Emoti.

Jon miró a su alrededor, y vio a unas criaturas que parecían tener la forma de nubes, cada una de un color diferente.

"Esas son las emociones. La azul es la tristeza, la amarilla es la alegría y la roja es la ira" - explicó el duende.

"¿Y qué pasa si toco alguna de ellas?" - preguntó Jon, curioso.

"Vamos a averiguarlo" - dijo Emoti.

Jon se acercó a la nube azul y la tocó. De repente, sintió un peso en su corazón y su rostro se nubló. Era como si viera a Nicolás y Valentina felices corriendo, y él estuviese aislado, sintiendo que algo en su interior se rompía.

"¿Ahora lo entiendes?" - preguntó Emoti.

"Sí, me siento... triste. Quiero jugar con ellos, pero no sé cómo hacerlo" - respondió Jon, con los ojos un poco humedecidos.

Luego pasó a la nube amarilla. Este vez, la alegría envolvió su cuerpo y sintió como todo brillaba. Imaginó a sus amigos riendo y jugando juntos.

"Esto se siente genial, pero hacer feliz a otros también debe sentirse así" - reflexionó.

Finalmente, tocó la nube roja. Rápidamente, una sensación de enojo invadió su pecho, y se imaginó a sí mismo peleando con Nicolás y Valentina.

"¡No, no quiero eso!" - gritó Jon.

Emoti sonrió y dijo:

"¿Ves? Cada emoción tiene su lugar. Es importante que puedas entenderlas, para que puedas ayudar a los demás también" - explicó el duende.

Jon asintió, comenzando a comprender que ser más empático le permitiría conectar mejor con sus amigos.

"Pero, ¿qué puedo hacer?" - preguntó Jon.

"A veces, solo tienes que escuchar, preguntar cómo se sienten y ser parte del grupo" - dijo Emoti.

Con sus enseñanzas en mente, Jon se despidió del País de las Emociones y regresó a casa lleno de ganas de cambiar. Al día siguiente, en la escuela, decidió intentarlo.

"¡Hola, chicos! Me gustaría jugar con ustedes. ¿Me cuentan de su juego?" - preguntó Jon, sonriendo.

"¡Claro! Es sobre una aventura de piratas donde todos somos parte de la tripulación" - explicó Nicolás emocionado.

Jon se unió al juego, prestando atención a lo que sus amigos decían y sintiendo su alegría. Con cada risa compartida, se dio cuenta de cuánto valor tenía la amistad y la empatía.

Desde aquel día, Jon nunca volvió a ser el mismo. Aprendió que comprender a los demás no solo hacía felices a sus amigos, sino que también le brindaba a él una felicidad increíble.

Así, con el tiempo, Jon se convirtió en el mejor amigo de Nicolás y Valentina. Y juntos, seguían viviendo muchas aventuras, siempre atentos a lo que todos sentían.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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