Jonás y la Ciudad de Nívive
Había una vez un joven llamado Jonás, que vivía en un pequeño pueblo junto al mar. Un día, mientras pescaba, escuchó una voz poderosa que le decía:
"¡Jonás! Ve a Nívive y advierte a sus habitantes que deben cambiar sus caminos, de lo contrario enfrentarán graves consecuencias."
Jonás, asustado y confundido, pensó que Nívive era una ciudad muy peligrosa y que la gente allí no lo escucharía. Así que decidió no ir.
"¡No! No quiero ir a Nívive. Es mejor si me escapo hacia el otro lado del mar. Nadie podrá encontrarme allí."
Así que subió a un barco que lo llevaba a un lugar lejano. Mientras navegaban, una tormenta feroz comenzó a azotar el mar.
"¿Qué pasa? ¡Esto es horrible!" gritó un marinero, mirando al cielo oscuro.
"Esto es por mi culpa", admitió Jonás, temblando de miedo. "Si no hubiera huido, esta tormenta no estaría ocurriendo."
Los marineros, preocupados, preguntaron a Jonás:
"¿Qué debemos hacer para apaciguar al mar?"
Jonás, con la voz temblorosa, respondió:
"Tienen que arrojarme al agua. Esa es la única manera."
Sin tener otra opción, los marineros hicieron lo que Jonás dijo. Tan pronto como Jonás cayó al mar, la tormenta se detuvo y las aguas se calmaron. Jonás estaba a la deriva, pero algo increíble ocurrió: un gran pez apareció y se lo tragó.
Dentro del pez, Jonás tuvo tiempo para reflexionar. Entendió que había huido sin razón y que debía enfrentar su misión.
"¡Oh, pez! Si me ayudas a salir de aquí, iré a Nívive y les hablaré a sus habitantes."
Al día siguiente, el pez lo escupió en la orilla de Nívive. Jonás, empapado pero decidido, se acercó a la gran ciudad. Las calles estaban llenas de gente.
"¡Escuchen todos! Deben cambiar sus caminos, de lo contrario, enfrentarán problemas serios", gritó Jonás, lleno de resolución.
La gente de Nívive se detuvo y miró a Jonás con curiosidad. Un niño se acercó y dijo:
"¿Por qué deberíamos escucharte? ¿Qué sabes tú de nosotros?"
Jonás, sintiendo que debía ser sincero, respondió:
"No tengo nada especial, solo vengo con un mensaje importante. ¡Démosle una oportunidad a cambiar!"
Los habitantes de Nívive se reunieron y comenzaron a hablar entre ellos. Era un momento de decisión. Finalmente, el rey de Nívive salió a recibir a Jonás.
"Si este hombre dice que debemos cambiar, entonces debemos escucharlo. En lugar de pelear, en lugar de hacer el mal, trabajaremos juntos por el bien de nuestra ciudad."
Al escuchar esto, la gente de Nívive aceptó el mensaje de Jonás. Comenzaron a hacer actos de amabilidad: ayudaron a sus vecinos, compartieron comida y cuidaron del entorno.
"¡Esto es increíble!" exclamó Jonás, sintiéndose aliviado. "¡Están haciendo una gran diferencia!"
Días después, mientras Jonás recorría Nívive, se dio cuenta de que la ciudad había cambiado. Las sonrisas y la alegría ahora llenaban el aire. La gente estaba unida y feliz.
Un día, después de una intensa jornada de trabajo con los ciudadanos, Jonás se sentó bajo un árbol, satisfecho pero un poco preocupado.
"¿Qué pasará después de esto?", pensó en voz alta.
El árbol, aunque no podía hablar, parecía ofrecerle sombra y calma. Jonás entendió que, a veces, el cambio lleva tiempo y que aún había mucho por hacer, pero había esperanza.
El rey se acercó de nuevo y le dijo:
"Jonás, has demostrado que un solo corazón puede marcar la diferencia. Gracias por traernos este mensaje."
Jonás sonrió, satisfecho de saber que su decisión de ir a Nívive había valido la pena. A veces, enfrentar lo desconocido puede traer grandes aprendizajes y nuevas oportunidades.
Y así, Jonás decidió quedarse un tiempo más para ayudar a su nueva comunidad, sabiendo que la bondad siempre puede crecer en cualquier lugar, mientras las personas estén dispuestas a escucharse y a cambiar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.