Jorge y la Cuesta Mágica



Era un soleado sábado en el barrio de Villa Esperanza. Jorge, un niño de ocho años, estaba sentado en su bici roja, dándole mil vueltas a los pedales, pero no se atrevía a moverse. Al frente de su casa había una cuesta que parecía interminable y cada vez que la miraba, un nudo en su estómago se formaba.

- ¿Por qué tengo tanto miedo? - pensó Jorge mientras miraba a su vecina Amanda, que se acercaba con su sonrisa radiante.

Amanda era un año mayor que Jorge y ya sabía andar en bici como una experta.

- ¡Hola, Jorge! - saludó Amanda con entusiasmo - ¿Por qué no estás montando?

- Estoy practicando... - respondió Jorge, un poco apenado. - Pero tengo miedo de bajar la cuesta.

- No tengas miedo. Yo puedo enseñarte. - dijo Amanda, dando un paso hacia la bici de Jorge. - Solo tienes que confiar en ti mismo.

Jorge miró la cuesta y luego a Amanda, sintiéndose un poco más valiente. Pero aún así, el miedo lo paralizaba.

- Pero, ¿y si me caigo? - preguntó Jorge, con los ojos grandes.

- Todos nos caemos alguna vez, Jorge. Mirá, yo también me caí la primera vez que bajé. - le explicó Amanda mientras le daba una palmadita en la espalda. - Lo importante es levantarse y seguir intentándolo.

Con esas palabras, Jorge sintió que el nudo en su estómago se aflojaba un poco.

- Bueno, voy a intentarlo. - decidió finalmente, con la voz un poco temblorosa.

Amanda le sonrió, con orgullo, y lo guió a la cima de la cuesta.

- Aquí estamos. Ahora respira profundo y concéntrate. Solo sigue el camino. - le dijo, mientras Jorge se acomodaba en su bici.

Jorge asintió y pedalearon juntos hasta el borde de la pendiente. Su corazón latía más rápido. - ¿Estás listo? - preguntó Amanda.

- Estoy listo... creo. - respondió Jorge, apretando el manillar.

Entonces, Amanda le hizo una señal. - ¡Vamos, a la cuenta de tres! Uno... dos... ¡tres!

Jorge empujó su bici hacia adelante y comenzó a descender. Al principio sintió un escalofrío de miedo, pero luego, a medida que la velocidad aumentaba, también sentía como la adrenalina llenaba su cuerpo.

- ¡Mirá, Jorge! ¡Estás bajando! - gritó Amanda desde atrás, emocionada.

En ese momento, una pequeña piedra apareció en el camino y Jorge sintió que la bici se tambaleaba. Su corazón se detuvo.

- ¡Ay no! ¡Voy a caer! - pensó, pero recordó las palabras de Amanda.

- ¡Mantén la calma, Jorge! - se dijo a sí mismo, aferrándose al manillar.

Y, para su sorpresa, logró equilibrarse. Ya estaba en la mitad de la cuesta, y la risa de Amanda le alentaba.

- ¡Sigue! ¡Sigue! - gritó ella emocionada.

Justo cuando pensó que todo iba a salir bien, la bici frenó porque había llegado al final de la pendiente, justo en una suave curva que conducía al parque. Jorge no se había dado cuenta de que ya estaba allí.

¡Zas! Se detuvo, pero lo más increíble era que no se había caído.

- ¡Lo hiciste, Jorge! - Amanda estaba saltando de alegría.

Jorge no podía creerlo. Se había enfrentado a su miedo y había logrado bajar la cuesta.

- ¡Lo logré! - exclamó Jorge, sonriendo de oreja a oreja.

- Claro que sí, sos un campeón. Ahora, ¿qué tal si lo intentas de nuevo? - sugirió Amanda.

- ¡Sí! ¡Quiero hacerlo otra vez! - dijo Jorge, lleno de energía.

Bajaron juntos una vez más, y luego otra, cada vez riendo y disfrutando del aire libre. El miedo había desaparecido, y ahora había solo felicidad.

El día terminó con Jorge sintiéndose más valiente que nunca.

- Gracias, Amanda. Me ayudaste mucho. - dijo Jorge, aún emocionado.

- Siempre estaré aquí para ayudarte. ¡Recuerda, todo es más fácil cuando nos apoyamos! - respondió Amanda, dándole una palmadita en el hombro.

Desde ese día, Jorge no volvió a temer la cuesta. Con cada descenso, no solo mejoró en su bici, sino que también aprendió a desafiar sus miedos, entendiendo que lo más importante es atreverse a intentar.

Y así, con el conocimiento de que tenía a una amiga a un lado, Jorge pedaleó por todo Villa Esperanza, sintiéndose como un verdadero aventurero.

FIN.

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