José rumbo al trabajo
Era una mañana brillante en el barrio de La Boca. José, un joven repartidor de flores, se preparaba para salir de su casa con un enorme ramo de girasoles que había preparado la noche anterior. Se puso su gorra, agarró su bicicleta y salió a recorrer las calles en busca de distintas tiendas para ofrecer sus alegres flores.
- ¡Buen día, José! - saludó doña Rosa, la panadera, al verlo pasar.
- ¡Buen día, doña Rosa! ¿Necesita flores para adornar la panadería? - le preguntó José emocionado.
- Claro que sí. Dame un ramo de esas preciosas flores amarillas - respondió ella, sonriendo mientras sacaba unas monedas del bolsillo.
José se despidió y continuó su camino. Pasó por la tienda de juguetes, donde vio a un niño mirando los peluches.
- Hola, campeón. ¿Buscás un regalo para tu mamá? - le preguntó José.
- ¡Sí! Pero no tengo dinero - contestó el niño con tristeza.
- No te preocupes. Te regalo un girasol para que la sorprendas - dijo José, ofreciéndole una flor.
- ¡Gracias, José! - gritó el niño, con una sonrisa radiante.
José continuó su aventura, entregando flores aquí y allá. Así pasaron las horas. Pasó cerca de una plaza y decidió detenerse un momento. Allí vio a un grupo de chicos jugando al fútbol.
- ¡Eh, José! Vení a jugar con nosotros - lo llamó uno de los chicos.
- No puedo, tengo que trabajar - contestó, aunque en su interior deseaba unirse a ellos.
Pero justo en ese momento, vio a una niña llorando en un rincón de la plaza.
- ¿Qué te pasa? - le preguntó mientras se acercaba.
- Perdi mi muñeca y no la encuentro - respondió ella sollozando.
- No te preocupes, vamos a buscarla juntos - dijo José, olvidando por un momento su trabajo.
Los dos comenzaron a buscar por toda la plaza. Miraron detrás de los árboles, en los bancos e incluso debajo de la slides. Pero la muñeca no aparecía.
- Quizás se cayó en la vereda - sugirió la niña.
- Vamos a comprobarlo - asintió José, empujando su bicicleta. Y al acercarse, ¡sorpresa! Allí estaba la muñeca, enredada en unos arbustos.
- ¡La encontraste! - gritó la niña, saltando de alegría.
- Aquí tienes - dijo José, entregándole la muñeca, sintiéndose feliz por ayudar.
La niña lo miró con ojos brillantes y le dio un fuerte abrazo.
- Gracias, José. Eres el mejor.
José sonrió, sintiéndose orgulloso. Sin embargo, al mirar el reloj, se dio cuenta de que ya era tarde.
- Oh no, ¡tengo que apurarme para el trabajo! - exclamó.
Con algo de preocupación, José se subió a su bicicleta y se dirigió rápida y decididamente hacia el mercado. Cuando llegó, se encontró con su jefe, don Alberto, que lo estaba esperando.
- José, pensaba que no llegarías. Tienes que entregar estas flores antes de que cierre la tienda - le dijo el anciano.
- Lo siento, don Alberto. Me detuve para ayudar a una amiguita - se disculpó José.
- Está bien, pero recuerda que también tienes responsabilidades. Ahora vamos a preparar esas flores - le dijo don Alberto, sonriendo.
Juntos, comenzaron a organizar las flores. En ese momento, mientras José trabajaba, se dio cuenta de que ayudar a los demás también era parte de su trabajo.
- ¿Sabe qué, don Alberto? Creo que haré una campaña en el barrio: 'Flores para alegrar corazones'. Así podré seguir repartiendo flores y sonrisas, ¡y todos estarán felices! - dijo entusiasmado.
- Eso me parece una excelente idea, José. Porque a veces, lo que más se necesita son pequeños gestos de alegría - respondió don Alberto, asintiendo con la cabeza.
Así fue como José decidió que no solo sería un repartidor de flores, sino también un mensajero de alegría. Y desde entonces, cada vez que entregaba flores, no solo pensaba en el ramo, sino también en la sonrisa que traería a quien lo recibiera. La alegría era contagiosa, y así, José se convirtió en el niño del barrio que, con cada flor, regalaba un poco de felicidad a los demás.
Y así, mientras pedaleaba de regreso a casa, pensó:
- ¡Soy el repartidor de flores más feliz del mundo!
Desde aquel día, José nunca olvidó que ayudar a los demás era la flor más hermosa que podía compartir.
FIN.