Jose y el Gran Espejo
En una colorida escuela de payasos, donde los risas y los colores eran la norma, había un payaso mimo llamado José. José era especial, no solo porque podía hacer reír a todos con sus extraordinarias actuaciones, sino también porque tenía un corazón enorme y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.
Un día, mientras practicaba nuevas acrobacias en el patio de la escuela, oyó risas detrás de unos arbustos. Curioso, se acercó sigilosamente y vio a un grupo de payasos más grandes riéndose de un payaso nuevo, llamado Tino. Tino era un chapucero, su nariz roja estaba un poco torcida y su peluca desordenada no ayudaba. ¡Pero eso no significaba que no pudiera ser divertido!
- “¡Mirá a ese payaso! ¿De dónde salió? ” - dijo uno de los payasos grandes, señalando a Tino.
- “Seguramente nunca le enseñaron a payasear bien” - se rió otro.
José sintió una punzada en el corazón. Sabía lo que era sentirse fuera de lugar; él mismo había tenido su primer día en la escuela de payasos, y no había sido fácil. Se acercó al grupo, decidido a cambiar la situación.
- “¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? ” - preguntó José en un tono firme pero amigable.
- “Nada, sólo estábamos bromeando con Tino” - dijo uno de los payasos grandes, encogiéndose de hombros.
- “¿Bromeando? ¿Es eso lo que hacen con sus compañeros? ” - respondió José.
Con su corazón latiendo fuerte, presentó a Tino a todos.
- “Este es Tino, ¡y a partir de hoy es parte de nuestro equipo! A veces necesitamos ponernos en su lugar.”
Los otros payasos se miraron entre ellos, confundidos pero intrigados. ¿Ponerse en el lugar del otro? Un nuevo concepto para ellos. José decidió que la mejor manera de enseñarles eso era involucrándolos en una actividad.
- “Vamos a hacer una competencia de talentos. Cada uno de nosotros tiene que hacer algo que crea que le gustaría ver a Tino. Al final, Tino elegirá al gran ganador. ¡Y ese seré yo! ” - agregó José mientras guiñaba un ojo a Tino.
Los payasos, entre risas y comentarios, aceptaron el desafío. Cada uno comenzó a preparar su actuación, mientras Tino observaba nerviosamente. Se preguntaba si realmente sería parte de algo tan divertido.
Era el momento de la verdad. Uno a uno, los payasos hicieron su acto, algunos bailaban, otros hacían malabares, y cada vez más Tino sonreía y aplaudía. José hizo su famosa actuación de mimo en la que hacía todo lo posible por atrapar un globo invisible, intentando no hacer reír a los demás, pero con cada intento sus gestos exagerados lo hacían aún más gracioso.
Finalmente fue el turno de Tino. Temblando de nervios, se subió al escenario.
- “Yo... yo... quiero mostrarles algo muy especial. Voy a hacer... un 'mimo metido', como José! ”
Con entusiasmo, Tino comenzó a imitar los actos de José, y aunque al principio se sintió torpe, poco a poco recordó todo lo que había observado, y empezó a reírse de sí mismo, golpeándose la frente para mostrar que estaba atrapado en una pared invisible.
- “¡Eso es! ¡Estamos atrapados! ¡Sálvanos! ” - gritó uno de los payasos en medio de risas.
Tino, cada vez más confiado, terminó su actuación con una caída cómica, haciendo que todos se rieran a carcajadas. José aplaudía sin parar, felíz de ver cómo Tino brillaba en el escenario.
Cuando terminaron, los payasos votaron, y aunque todos se lo pasaron increíble, Tino se llevó la gran ovación.
- “Hoy, todos ganamos, porque aprendimos a ponernos en el lugar del otro y a disfrutar de lo que significa ser un payaso” - concluyó José, mirando a Tino con orgullo.
Desde entonces, en la escuela de payasos, aprendieron que cada payaso tiene su propio color y su propio ritmo. A veces, simplemente hacer una pausa y entender a los demás es lo que se necesita para evitar el bullying y celebrar la diversidad. Y Tino, con su particular estilo, se convirtió en uno de los favoritos de la clase, siempre recordando que lo mejor de ser un payaso es hacer reír a otros y a uno mismo.
Y así, José y Tino se convirtieron en grandes amigos, siempre dispuestos a compartir risas y momentos mágicos en su escuela de payasos.
FIN.