Jose y María en la Aventura del Bosque Encantado



Era una mañana radiante y soleada cuando José y María decidieron explorar el misterioso bosque que estaba al final de su barrio. Ambos tenían una insaciable curiosidad, y esa mañana, se sintieron valientes y listos para la aventura.

"¿Te imaginas qué podremos encontrar en el bosque?" - preguntó José, entusiasmado.

"Quizás un tesoro escondido o una máquina del tiempo" - respondió María, mientras caminaban por el sendero.

Al entrar al bosque, los árboles altos y frondosos los dieron la bienvenida con un suave murmullo. Los rayos del sol se filtraban entre las hojas, creando un ambiente mágico. Todo parecía normal, hasta que se toparon con un mapa antiguo colgado de un árbol.

"Mirá, José, un mapa!" - exclamó María, gritando de emoción.

"Parece un mapa del tesoro. ¡Vamos a seguirlo!" - dijo él, con una chispa en los ojos.

Ambos adolescentes comenzaron a seguir el mapa, a medida que se adentraban más en el bosque. El primer destino los llevó a un lago cristalino donde peces de colores jugaban entre las piedras.

"Debemos hacer una parada aquí. Esto es hermoso!" - sugirió María, mientras lanzaba una piedrita al agua.

De pronto, un rayo de luz iluminó el lago y apareció un pato gigante que hablaba.

"¡Hola, jóvenes aventureros! Estoy aquí para ayudarles a encontrar el tesoro, pero primero deben resolver un acertijo." - dijo el pato, mientras nadaba hacia ellos.

"¡Claro, vamos!" - dijeron juntos.

El pato les planteó el acertijo: "Soy ligero como una pluma, y sin embargo, no puedo ser sostenido por mucho tiempo. ¿Qué soy?"

José y María se miraron, pensativos.

"¡El aliento!" - dijo María al fin, recordando las clases de ciencias.

"Correcto!" - respondió el pato, y con una gran zancada, apareció un camino secreto que conducía más profundo en el bosque.

Siguieron su camino hasta llegar a un claro que parecía un jardín encantado. Flores de todos los colores y formas danzaban suavemente al ritmo del viento.

"¡Mirá cuántas flores diferentes! Esto es increíble!" - comentó José, asombrado. De repente, lo que parecía ser una flor exótica se transformó en una mariposa gigante que voló alrededor de ellos.

"¡Hola! Soy Aurora, la mariposa guardiana de este jardín. Solo pueden pasar si completan una tarea: deben ayudar a las flores a volver a su color original." - dijo la mariposa.

"¡Claro que sí! ¿Cómo podemos hacerlo?" - preguntó María, entusiasmada.

"Solo deben usar su imaginación. Pero tengan cuidado, el tiempo es corto!" - respondió Aurora. Ambos comenzaron a pensar en colores vibrantes, y con cada pensamiento, las flores empezaron a recobrar sus hermosos colores.

Con un destello brillante, Aurora sonrió satisfecha.

"¡Lo han logrado! El jardín está a salvo gracias a ustedes. Ahora, el tesoro les espera al otro lado del claro."

José y María se sintieron muy alegres, pero el camino estaba lleno de obstáculos, como raíces de árboles caídas y charcos de barro. A pesar de los desafíos, se ayudaron mutuamente y se dieron fuerza.

"Vamos, María. ¡Juntos podemos!" - dijo José, mientras la ayudaba a salir de un charco.

Finalmente, llegaron al último desafío: un gran puente colgante que crujía al ser pisado.

"¿Te animás a cruzar?" - preguntó María, un poco asustada.

"¡Vamos! Solo mira hacia adelante y no abajo!" - respondió José con confianza. Con un profundo respiro y tomados de la mano, cruzaron el puente uno tras otro.

Al llegar al otro lado, se encontraron frente a un viejo cofre. Era de madera y parecía tan antiguo como el bosque mismo.

"¡Lo logramos!" - gritaron juntos, abriendo el cofre con emoción. Dentro encontraron... ¡un montón de semillas!"¿Semillas?" - preguntó María, confundida.

"No es un tesoro de oro, pero son semillas para plantar un bosque nuevo. En nuestra ciudad, un nuevo hogar para las mariposas y los pájaros." - explicó José, mientras comprendía la importancia de lo que tenían en sus manos.

"¡Es el mejor tesoro!" - respondió María con una gran sonrisa.

Ambos decidieron regresar, llevando consigo las semillas y un nuevo propósito: plantar un bosque en su barrio, para que otros también pudieran disfrutar de su belleza y magia. Así, José y María no solo vivieron su aventura, sino que también dejaron una huella en su comunidad.

Y así, jóvenes aventureros, aprendieron que el verdadero tesoro a veces está en las pequeñas cosas y en cómo podemos cuidar nuestro entorno.

De vuelta en su hogar, mientras plantaban las semillas, se sintieron orgullosos. El bosque encantado había transformado sus corazones y, con cada semilla plantada, surgió la esperanza de un futuro brillante lleno de vida y colores.

Unos meses después, su barrio floreció de manera increíble, y cada vez que la gente paseaba por el nuevo bosque, recordaba a José y María, los valientes niños que decidieron hacer una diferencia.

FIN.

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