Joselito y el Viaje a la Aventura



Había una vez en un barrio de Buenos Aires, un niño llamado Joselito. Era conocido por su amabilidad y su gran corazón. Siempre estaba dispuesto a ayudar a sus amigos y vecinos, pero tenía un pequeño problema: pasaba todo el día viendo televisión y fumando. Esto lo llevó a perderse muchas oportunidades de divertirse y aprender cosas nuevas.

Un día, mientras estaba sentado en su sillón favorito viendo un documental sobre la selva, escuchó un fuerte ruido en la calle. Se asomó por la ventana y vio a sus amigos, Claudia y Facu, jugando al fútbol. La pelota voló hacia su ventana y Facu gritó:

- ¡Eh, Joselito! ¡Ven a jugar con nosotros! ¡Se está armando un partido espectacular!

Joselito sonrió, pero rápidamente miró su televisor y dijo:

- No puedo, estoy viendo algo muy interesante.

- Pero, ¡es solo un partido de fútbol! ¡Podés verlo después! - insistió Claudia.

- Además, ¡estoy seguro que te divertirías un montón! - agregó Facu.

Joselito sintió un pequeño pinchazo en su corazón, pero se quedó donde estaba. Pensó que no podía ir, que se perdería el final de su programa. Continuó viendo la tele, mientras sus amigos se alejaban riendo y disfrutando.

Al irse a dormir esa noche, no pudo quitarse la sensación de que algo le faltaba. Al día siguiente, al despertar, decidió que debería salir a inspeccionar el barrio. Con su gorra y sus zapatillas, salió de casa. Pero, al llegar a la esquina, se encontró con un evento sorpresa: ¡un festival de barrio!

Había juegos, música, comida y muchas actividades divertidas. Se quedó mirando asombrado. En ese momento, escuchó una voz familiar. Era su amiga Mimí, la que hacía malabares.

- ¡Joselito! - lo llamó Mimí. - Vení, mirá lo que aprendí.

Joselito se acercó, con la tele y el cigarrillo olvidados en casa. Mimí comenzó a hacer malabares con tres pelotas de colores, mientras contaba historias de su viaje a una feria de circo.

- ¿Cómo lo hiciste? - preguntó Joselito, cautivado.

- ¡Es cuestión de practicar y no darte por vencido! - le respondió Mimí mientras hacía un giro impresionante.

Joselito se dio cuenta de que, mientras estaba pegado a la tele, se estaba perdiendo cosas geniales como lo que hacía Mimí. Esa idea resonó en su cabeza y le hizo preguntarse qué otras cosas podría aprender.

Durante el festival, se unió a un taller de pintura donde se encontró con el abuelo de su amigo Pedro, quien era un artista y le enseñó a usar diferentes colores. Joselito se enfocó tanto en la pintura que se olvidó por completo de volver a casa a ver televisión.

- ¡Mirá, Joselito! - le dijo Pedro al día siguiente. - Vas a ser un gran artista.

Pero, a medida que pasaban los días, la curiosidad de Joselito por el mundo real comenzó a competir con la atracción de su televisor. Aunque disfrutaba del arte y de salir a jugar, a veces no podía resistir la tentación de quedarse en casa.

Una mañana, mientras paseaba por el parque, encontró un grupo de niños jugando ajedrez bajo un árbol. Se acercó y observó por un momento.

- ¿Te gustaría jugar, Joselito? - le preguntó una de las chicas

- Yo nunca jugué, pero me gustaría aprender - contestó.

- Está bien, ven y te enseño algunas jugadas - le dijo Lucas, el más pequeño del grupo.

Así, Joselito descubrió que había miles de cosas por hacer en el mundo, mucho más emocionantes que lo que mostraba la televisión. Se propuso salir todos los días a aprender algo nuevo y dejar de lado sus viejos hábitos.

Con el tiempo, Joselito se convirtió en uno de los chicos más activos del barrio. Se unió a un club de lectura, participó en campeonatos de ajedrez y se volvió un experto en malabares gracias a Mimí. Así, su vida se llenó de amigos, sonrisas y muchas aventuras.

Finalmente, un día, se encontró frente al televisor. Se sentó, encendió la pantalla y dijo:

- Bueno, creo que puedo ver un ratito, pero primero tengo que llamar a mis amigos para que se vengan a jugar.

Desde entonces, Joselito aprendió a equilibrar su tiempo. Disfrutaba de su programa favorito, pero también pasaba la mayor parte del tiempo al aire libre, jugando, pintando, y riendo con los demás.

Y así fue como Joselito, el chico que se pasaba el día fumando y viendo tele, se transformó en un niño aventurero que llenó su vida de experiencias llenas de colores y risas, porque entendió que la vida era mucho más que lo que mostraba la pantalla.

Si alguna vez te sientes como Joselito, recordá que hay un mundo esperando por vos, lleno de amigos y aventuras.

FIN.

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