Josué y la Gran Fiesta de la Amistad
En un colorido pueblo llamado Amistadia, vivía un niño llamado Josué. Era un niño curioso y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Sin embargo, su pueblo tenía un problema: la discriminación. Algunas personas no aceptaban a aquellos que eran diferentes. Pero Josué estaba decidido a cambiar eso.
Un día, mientras jugaba en la plaza, Josué vio a una niña nueva. Ella se llamaba Ana y era diferente a los demás. Tenía el cabello rizado y piel morena, y su acento era especial. Los chicos del pueblo comenzaron a murmurar.
"¿Quién es esa? No es como nosotros", dijo Tomás, un niño del grupo.
"Hay que dejarla sola", agregó Sofía, moviendo la cabeza.
Josué sintió un nudo en el estómago. Él le había escuchado a su mamá decir que cada persona es única y especial, ¿por qué no podrían aceptarla?
Decidido a hacer algo, se acercó a Ana.
"¡Hola! Soy Josué. ¿Te gustaría jugar con nosotros?"
"Hola, gracias... pero todos me miran raro. No sé si quiero", contestó Ana, insegura.
Josué pensó por un momento y se le ocurrió una idea brillante.
"¿Qué tal si hacemos una gran fiesta para que todos se conozcan? Así, nadie se sentirá diferente. Todos somos únicos y eso es lo que nos hace especiales. ¡Es como una fiesta de la amistad!"
"¡Esa es una gran idea! Pero, ¿cómo lo hacemos?" preguntó Ana, iluminándose.
"Primero, hablaré con el alcalde. Él nos ayudará a organizarla", dijo Josué con determinación.
El día siguiente, Josué fue a ver al alcalde, un hombre de barba blanca y sonrisa amigable.
"Señor alcalde, queremos hacer una fiesta para celebrar la amistad y la diversidad. ¡Así todos pueden conocerse!"
"Me parece una idea maravillosa, Josué. Pero necesitamos un plan", respondió el alcalde, entusiasmadísimo.
Así, juntos comenzaron a hacer carteles, invitaciones y a pensar en juegos divertidos. Mientras trabajaban, todos en el pueblo escuchaban sobre la fiesta y empezaron a sentirse curiosos.
El día de la fiesta llegó y todo estaba decorado con globos de muchos colores. Había música, juegos y deliciosas comidas de diferentes partes del mundo.
Cuando Ana llegó, se sintió un poco nerviosa. Pero Josué la recibió con una gran sonrisa.
"¡Mira, Ana! Aquí todos son diferentes. Y eso es lo mejor de la fiesta. Mira a los chicos de la banda, ellos tocan música de su país. ¡Podemos aprender mucho!"
Al ver a los chicos bailar y disfrutar, Ana se animó. Participó de los juegos y todos la invitaron a unirse.
"¿Querés jugar a la soga?" gritó Tomás.
"¡Claro!" respondió Ana.
A medida que la fiesta avanzaba, la risa y la alegría llenaban el aire. Nadie se sentía diferente; todos eran parte de la misma celebración. Al final del día, cuando todos se sentaron a compartir las comidas, Josué propuso un brindis.
"¡Por la amistad! Y por ser diferentes. ¡Eso nos hace especiales!"
"¡Salud!" gritaron todos, felices.
En ese momento, el alcalde se levantó.
"Estoy orgulloso de todos ustedes. Este día nos ha demostrado que la amistad y la aceptación son lo más importante en nuestra comunidad. Cada uno de ustedes es un tesoro para el pueblo y no debemos olvidar eso nunca."
Los aplausos llenaron la plaza, y Ana, emocionada, se acercó a Josué.
"Gracias, Josué. Nunca imaginé que podría ser tan feliz aquí."
"Lo importante es que todos se sientan bienvenidos. ¡Siempre hay lugar para la amistad!" respondió Josué.
Desde aquel día, el pueblo de Amistadia aprendió a valorar sus diferencias y a celebrar la diversidad. Y cada año, recordaban la fiesta de la amistad, un evento que unió a todos, sin importar cómo eran o de dónde venían.
Y así, gracias a la valentía de un niño con un gran corazón, el pueblo aprendió que decir no a la discriminación es decir sí a la amistad, la alegría y la aceptación. Y todos vivieron felices para siempre.
FIN.