Juan, Laura y la Aventura de la Resolución
En una escuela ubicada en un pequeño barrio de Buenos Aires, había dos amigos inseparables: Juan y Laura. Siempre se sentaban juntos en el salón de clases, donde compartían risas y aventuras. Un día, se dieron cuenta de que había un problema creciente: los compañeros de clase estaban en desacuerdo por cosas pequeñas, como quién podía usar la computadora primero o a qué juego jugar durante el recreo.
"Laura, ya no se calma el ambiente en el salón. Todos están peleando por cosas sin importancia", dijo Juan, preocupado.
"Es cierto, Juan. Si seguimos así, no vamos a poder disfrutar de nuestras clases ni de nuestros recreos. Tendremos que hacer algo", sugirió Laura, con una mirada decidida en su rostro.
Así, los dos amigos decidieron buscar soluciones asertivas para resolver los problemas en su salón. El primer paso fue organizar una reunión con toda la clase para hablar de los desacuerdos.
El día de la reunión, todos se miraban con desconfianza. La maestra, la Sra. Gómez, les sonrió y alentó a sus estudiantes.
"Hoy vamos a escuchar sus preocupaciones y encontrar una manera de resolverlas juntos", dijo la maestra.
Juan tomó la palabra:
"Propongo que hagamos turnos para usar la computadora. Así todos podrán tener su oportunidad y no habrá más peleas".
Laura agregó:
"Y también podríamos hacer una lista de juegos que a todos nos gustan. Después podemos votar para elegir qué jugamos cada día".
Los estudiantes comenzaron a murmurar entre sí, sorprendidos por las propuestas de sus compañeros. Poco a poco, comenzaron a aceptar la idea.
"Me gusta lo de la lista de juegos, pero ¿qué pasa si no todos estás de acuerdo?", preguntó Rosa, una compañera de clase.
Juan, pensando con rapidez, dijo:
"Podemos respetar la opinión de todos, y si hay desacuerdo, después buscamos alternativas. Lo importante es que cada uno tenga la oportunidad de opinar en un ambiente amistoso".
Los chicos se miraron y comprendieron que era una buena idea. Entonces, cada uno comenzó a exponer sus ideas y a escuchar a los demás. Después de un rato, llegaron a un consenso y acordaron las reglas del uso de la computadora y las votaciones para los juegos. Los compañeros empezaron a sentirse más cómodos y, por primera vez en mucho tiempo, el salón se llenó de risas y acuerdo.
Esa semana, las cosas fueron mejorando. Cada vez que un compañerito traía un problema, Juan y Laura estaban ahí para ayudar a solucionarlo, fomentando un ambiente donde todos se sentían escuchados y valorados.
Sin embargo, un día Diego, uno de sus compañeros, llegó muy enojado al aula.
"¡No quiero compartir mi juguete con nadie!" gritó. Toda la clase se quedó en silencio, mirándolo.
Laura se acercó con calma.
"Diego, entiendo que tu juguete es muy especial para vos. ¿Qué te parece si lo compartís por un rato? Todos queremos jugar, y además, podemos jugar juntos. Eso puede hacer que tu juguete sea aún más divertido".
La idea brilló en los ojos de Diego.
"¿De verdad?" preguntó, con un rayo de esperanza en su voz.
"Claro que sí. Si lo compartís, todos tendrán la oportunidad de disfrutarlo, y vos también te vas a divertir más. A lo mejor hasta encontramos una forma de jugar todos juntos", respondió Juan.
Diego reflexionó sobre lo que había dicho Juan. Finalmente, con una sonrisa, dijo:
"Bueno, está bien, lo intentaré".
Desde ese día, los conflictos en el salón de clases comenzaron a disminuir. La maestra Gómez notó cómo la atmósfera había cambiado y decidió organizar una fiesta de fin de mes para celebrar el buen ambiente. Todos estaban entusiasmados y los padres también se unieron a la celebración.
Juan y Laura comprendieron que ser asertivo y buscar soluciones juntos tenía un efecto positivo. Nadie más peleaba, sino que se reían y jugaban todos como un gran equipo.
La fiesta fue un éxito. Todos disfrutaron de la música, la comida y los juegos, así como del tiempo que habían compartido.
"Todo esto comenzó con nuestras pequeñas ideas. Estoy muy feliz de que hayamos decidido hablar y resolver las cosas juntos", comentó Laura.
"Sí, y me siento orgulloso de todos los compañeros. Todos hemos crecido un poco más en equipo", agregó Juan.
A partir de ese momento, Juan y Laura se convirtieron en los mediadores del salón. Cualquier conflicto que surgiera siempre terminaba en una conversación amistosa, promoviendo el respeto y la comprensión entre ellos. Y así, en ese pequeño salón de clases, aprendieron que las soluciones asertivas pueden cambiarlo todo.
Desde aquel día, todos en la clase se esforzaron por ser más comprensivos y amables, convirtiendo su aula en un lugar de amistad y alegría. Y cada vez que un problema surgía, sabían que juntos podían superarlo.
Y así, con la fuerza de la amistad, Juan y Laura demostraron que la comunicación y la asertividad son las mejores herramientas para resolver cualquier conflicto.
FIN.