Juan Pablo, el niño enojón
Había una vez un niño llamado Juan Pablo, un chico de ojos brillantes y una sonrisa que, lamentablemente, no aparecía con frecuencia. Juan Pablo era conocido en su vecindario por ser el niño más enojón de todos. Siempre se frustraba cuando las cosas no salían como él quería.
Un día, mientras jugaba en el parque, Juan Pablo intentó armar un castillo de arena. "¡Vamos, esto tiene que salir perfecto!", se decía a sí mismo. Pero cuando la ola del mar se llevó su castillo, estalló en cólera. "¡Esto es increíble! ¡No puedo creer que me pase esto!".
Sus amigos, que estaban cerca, intentaron ayudarlo. "No te preocupes, Juan Pablo. Podemos construirlo de nuevo juntos", sugirió Lucas, su mejor amigo.
Pero Juan Pablo, aún más enojado, respondió: "¡No entiendo cómo no pueden ver que destruyeron mi castillo! ¡Todo es culpa del mar!".
Esa tarde, Juan Pablo decidió irse a casa y no jugar más. Se encerró en su habitación y se quedó mirando por la ventana, pensando en lo injusto que era todo.
Al día siguiente, su maestra, la señora Rodríguez, notó que algo le pasaba. "Juan Pablo, ¿qué te tiene tan molesto?".
"Nada, señora. Solo me frustran las cosas que no puedo controlar".
La señora Rodríguez, con una mirada comprensiva, le explicó: "A veces, las cosas no salen como quisiéramos, y eso está bien. Podemos aprender a ser flexibles, cambiar nuestros planes o encontrar otra manera de disfrutar de lo que pasa".
Juan Pablo no estaba convencido, pero decidió usar un truco que le enseñó su hermana mayor. Cada vez que se sentía enojado, contaba hasta diez. Así que cuando un compañero le quitó el balón en el recreo, Juan Pablo hizo el esfuerzo. Contó hasta diez, pero seguía sintiendo que estallaría.
"Juan Pablo, ¿por qué no le pides que te pase el balón?", le sugirió una niña llamada Sofía, que estaba jugando cerca. "Puede que no sea tan malo como pensás".
Con un poco de esfuerzo, Juan Pablo se acercó y dijo: "¿Me podés pasar el balón, por favor?". Sorprendentemente, el chico le sonrió y le pasó el balón. Juan Pablo se sintió un poco mejor.
Con cada situación que enfrentaba en el colegio, Juan Pablo empezó a recordar la lección de la señora Rodríguez y la sugerencia de Sofía. Se dio cuenta de que podía cambiar su enfoque. En lugar de enojarse, probó a sonreír y a pedir ayuda.
Una tarde, Juan Pablo fue invitado a un cumpleaños. Al llegar, vio que había un juego nuevo que no le gustaba. "¡No quiero jugar eso!", gritó. Pero luego recordó su nueva estrategia. Se acercó y le preguntó a sus amigos: "¿Cómo se juega?". Sorprendentemente, lo hicieron sentir bienvenido y lo invitaron a participar.
Mientras jugaba, notó que estaba divirtiéndose más de lo que había imaginado. "Che, esto es genial", se dijo a sí mismo. Cuando terminó el juego, se sintió feliz y realizado.
A partir de ese día, Juan Pablo no solo se volvió menos enojón, sino que también se convirtió en un buen amigo, siempre dispuesto a ayudar y a entender a los demás.
Una tarde, mientras jugaba en el parque con sus amigos, Juan Pablo miró alrededor, sonrió y dijo: "Nunca pensé que podría disfrutar tanto de estas cosas".
Y así, el niño enojón aprendió que ser flexible y abierto a la diversión lo llevaba a grandes aventuras. La sonrisa que había estado escondida por tanto tiempo ahora brillaba con más fuerza que nunca.
FIN.