Juan y el Día de la Alegría



Había una vez un niño llamado Juan, que vivía en un pequeño pueblo lleno de colores y risas. Juan siempre tenía una enorme sonrisa en su rostro y su alegría era contagiosa. Le encantaba ayudar a los demás, ya fuera cargando sus compras, recogiendo juguetes del suelo o simplemente ofreciendo una mano amiga.

Un día, Juan decidió que quería hacer algo especial para alegrar el día de toda la gente en su barrio. Se le ocurrió organizar el primer "Día de la Alegría". Emocionado, corrió a contarle su idea a su mejor amiga, Lila.

"Lila, ¿te gustaría ayudarme a organizar el Día de la Alegría? Pienso que podríamos hacer actividades, juegos y hasta una merienda para todos!" - dijo Juan con entusiasmo.

"¡Sí, Juan! Me parece una idea genial. Haré unos carteles para invitar a los vecinos." - respondió Lila, saltando de felicidad.

Durante los días siguientes, Juan y Lila trabajaron incansablemente. Pintaron carteles coloridos que decían "¡Vení a disfrutar del Día de la Alegría!" y prepararon juegos como carreras de sacarosa, una búsqueda del tesoro y un rincón de manualidades.

El gran día llegó, y Juan se levantó muy temprano, lleno de nervios y emoción. Al llegar al parque central, se encontró con un montón de vecinos. Todos estaban sonriendo y saludando. El ambiente estaba lleno de risas y charlas animadas.

De repente, Juan notó algo extraño. En una esquina del parque, un grupo de niños se veía triste. Se acercó y saludó:

"¿Qué les pasa, amigos? ¡Hoy es el Día de la Alegría!" - preguntó Juan.

"No podemos jugar porque no tenemos pelotas para la carrera de sacarosa", dijo Tomás, uno de los niños.

Juan pensó rápidamente y recordó la vieja pelota de fútbol que tenía guardada en su casa.

"¡Esperen aquí, voy a buscar una pelota!" - exclamó Juan, corriendo hacia su casa.

Volvió con la pelota en mano, que había estado olvidada en el cobertizo.

"¡Miren lo que traigo! Ahora pueden jugar con nosotros." - dijo Juan, entregando la pelota.

Los ojos de los niños se iluminaron con emoción:

"¡Gracias, Juan! ¡Eres el mejor!" - gritó Tomás con alegría, y todos comenzaron a jugar.

Mientras tanto, otro grupo de adultos se quejaba porque no había suficientes sillas para todos en la merienda. Juan, viendo que algunos estaban parados, decidió intervenir.

"¡Un momento! Si todos aportamos un poquito, podemos hacer más sillas!" - sugirió Juan, y con ayuda de Lila y algunos vecinos, organizaron un círculo de mantas donde todos pudieron sentarse.

A medida que pasaba la tarde, los juegos iban y venían, y el ambiente estaba lleno de risas y felicidad. Sin embargo, Juan se dio cuenta de que algunos niños no estaban siendo incluidos en los juegos.

"¡Chicos!" - dijo Juan mientras se acercaba a un grupo. "¿Por qué no invitan a más amigos a jugar con ustedes? La alegría se disfruta más cuando la compartimos." - y los otros niños, siguiendo su ejemplo, comenzaron a invitar a todos.

El día terminó con un gran brindis y un baile improvisado. Todos, desde los más pequeños hasta los abuelos, estaban riendo y disfrutando.

Cuando todo terminó y los últimos vecinos se fueron, Lila, cansada pero feliz, le dijo a Juan:

"Mirá todo lo que lograste, Juan. Gracias a vos, todos tuvimos un día espectacular."

"La alegría se comparte, Lila. Y ayudar a los demás siempre trae más sonrisas", respondió Juan.

Desde ese día, el Día de la Alegría se convirtió en una tradición en el pueblo, y Juan siempre recordará que una pequeña acción puede transformar el día de muchos. Y así, continúo ayudando a todos, porque su alegría era la esencia de su vida.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!