Juan y el Jardín Mágico
Había una vez un niño llamado Juan que vivía en un pequeño pueblo en Argentina. Era un niño curioso y valiente, siempre explorando el mundo que lo rodeaba. Un día, mientras paseaba por el campo, se encontró con un misterioso jardín al que nunca había visto antes.
"¿De dónde saldrá este jardín?", se preguntó Juan, mirando las flores brillantes y los árboles frutales que parecían susurrar al viento.
Intrigado, decidió entrar. Una vez dentro, se dio cuenta de que el jardín estaba lleno de todo tipo de frutas exóticas.
"¡Guau!", exclamó Juan. "Nunca he visto frutas como estas. Deben ser deliciosas..."
Sin embargo, mientras exploraba, se topó con un grupo de criaturas mágicas que habitaban el jardín. Eran pequeños seres de colores brillantes, que al ver a Juan, se asustaron.
"¡Un humano! ¡Un humano!" gritaron al unísono. "Nos han advertido sobre los humanos. ¡Se llevan nuestras frutas y dejan el jardín marchito!"
"Espera, por favor!" dijo Juan, levantando las manos. "No quiero hacerles daño. Solo quería explorar y conocer este lugar tan hermoso."
Los seres, temerosos pero curiosos, decidieron escuchar lo que Juan tenía que decir.
"Soy Juan y me encanta la naturaleza. Quisiera ayudarlos a cuidar este jardín, si me dejan. Nunca pensé que ustedes tendrían tanto miedo de los humanos."
Uno de los seres, una pequeña hada de ojos grandes llamada Lila, dio un paso adelante.
"¿De verdad quieres ayudarnos? Los humanos a menudo solo piensan en sí mismos. ¿Por qué deberíamos confiar en ti?"
Juan sonrió y se agachó para estar a su nivel.
"Porque yo no soy así. Cuando voy a la naturaleza, me encanta aprender y respetar. Nunca he tomado nada que no me pertenezca."
Lila y los otros seres se miraron entre sí, dudando, pero finalmente, decidieron darle una oportunidad a Juan.
"Está bien, pero hay algo que debes saber. Hay un hechizo que se activa si alguien intenta llevarse las frutas sin pedir permiso. Cada vez que un humano lo hace, se hace más fuerte y el jardín se va marchitando..."
Juan escuchó atentamente y prometió que nunca tomaría nada sin permiso. Durante semanas, ayudó a las criaturas a cuidar el jardín, regando las plantas, limpiando las hojas y aprendiendo sobre ellas. Hizo amigos y juntos compartían cuentos y risas.
Un día, mientras Juan estaba en el jardín, llegó un grupo de personas del pueblo que buscaban frutas para llevar. Juan, al ver la situación, se preocupó y corrió hacia ellos.
"¡Por favor, no! No deberían llevarse las frutas del jardín sin preguntar!"
Los aldeanos, sorprendidos, se rieron.
"¿Y qué pasa contigo, Juan? Este es solo un jardín. ¡Nosotros necesitamos comida!"
Juan, decidido a proteger a sus amigos, les explicó sobre la magia del jardín y cómo las frutas pertenecían a los seres mágicos.
"Si simplemente piden permiso, estoy seguro de que podrán obtenerlas sin causar daño. ¡El jardín está lleno de sorpresas para todos!"
Los aldeanos se miraron entre sí, desconcertados. Uno de ellos, un anciano que siempre había sido amable con Juan, se acercó y le dijo:
"He escuchado sobre este jardín. Parece que al final, todos podemos aprender a convivir. Quizás no deberíamos llevarnos todo sin preguntar."
Todos reflexionaron y decidieron entrar al jardín. Lila, la hada, apareció e invitó a todos a disfrutar de un día lleno de juegos y comidas.
"Incluso podemos compartir nuestras frutas y aprender unos de otros."
Los aldeanos, aliviados, aceptaron la invitación. Desde aquel día, Juan, los seres mágicos y los pobladores comenzaron a trabajar juntos, cuidando el jardín y compartiendo sus riquezas. Juan había logrado cambiar la opinión de sus vecinos, demostrando que el respeto y la amistad eran más poderosos que cualquier miedo.
Y así, el jardín floreció y se convirtió en un lugar donde humanos y criaturas mágicas vivían en armonía, recordando siempre que juntos podrían crear un mundo mejor.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.