Juan y el Pez Místico



Era un hermoso día de verano, y Juan, un niño de ocho años, no podía resistir la tentación de ir a la playa. La arena dorada y el sonido de las olas lo atraían como un imán. Sin embargo, había algo que lo detenía cada vez que pensaba en meterse al agua: el miedo. Por eso, optaba por pasar su tiempo construyendo castillos de arena que eran cada vez más elaborados.

Una tarde, mientras esculpía torres y fosos, escuchó una voz susurrante.

"¿Juan, quieres que te enseñe mi casa?" - decía la voz con una claridad tan dulce que hizo que el niño se detuviera.

"¿Quién está ahí?" - preguntó Juan, mirando a su alrededor atónito.

De entre las olas, emergió un pez colorido y radiante, con escamas que brillaban como el sol.

"Soy Juan, el pez místico. Llevo mucho tiempo observándote desde el agua", dijo el pez con una sonrisa amplia.

Juan frunció el ceño.

"Pero, ¿no hay peligros en el agua?" - dudó, pensando en su miedo.

El pez se rió suavemente.

"No si vienes conmigo. Te prometo que no hay nada que temer. La playa tiene maravillas ocultas que aún no has descubierto. Ven, te mostraré mi casa en el océano."

Intrigado, Juan se acerco al borde del agua, ignorando por un momento su miedo.

"Pero... no sé nadar muy bien. ¿Y si me asusto?"

"Confía en mí, yo te ayudaré. Además, estaré a tu lado todo el tiempo", lo animó el pez.

Con una mezcla de emoción y nervios, Juan decidió dar un paso adelante. Ambos nadaron juntos, y, sorprendentemente, Juan sintió que el agua lo sostenía con suavidad. Juan, el pez místico, lo guió a través de un mundo submarino que era pura magia: corales de todos los colores, bancos de peces nadando en armonía, y burbujas que estallaban con pequeños destellos de luz.

"¡Esto es increíble!" - exclamó Juan, cada vez más fascinado.

Finalmente, llegaron a una cueva brillante, adornada con conchas y estrellas de mar.

"Esta es mi casa", dijo Juan el pez.

Juan no podía creer lo que veía.

"¡Es más hermosa de lo que imaginaba!" - gritó lleno de alegría.

El pez le mostró cosas asombrosas: un coral que cambiaba de colores con los sentimientos, y una ostra que guardaba una perla que concedía un deseo.

"Puedes pedir cualquier cosa, Juan", le dijo el pez.

Juan, pensando en su deseo, se dio cuenta de que no quería ninguna cosa material.

"Quiero poder nadar como tú, y olvidarme del miedo a sumergirme en el agua", confesó con sinceridad.

El pez sonrió y dijo:

"Ese es un deseo noble. Ahora mismo haré algo para ayudarte." Con un movimiento de su aleta, hizo que una corriente suave rodeara a Juan, haciéndolo sentir ligero y seguro.

"Ahora prueba a nadar!" - lo animó.

Así lo hizo, y para su sorpresa, se sintió libre, nadando entre los peces, explorando lo que antes le daba miedo. La risa y la alegría lo acompañaron en cada brazada que daba.

Después de un rato, Juan se dio cuenta de que era hora de regresar a la playa.

"Gracias, amigo pez. Nunca imaginé que podría disfrutar tanto del agua", dijo Juan sonriente.

"Recuerda, el miedo es solo un desafío. Siempre que tengas curiosidad y valor, podrás superarlo", respondió Juan el pez enseñándole una valiosa lección.

Juan volvió a la orilla sintiéndose como un héroe. Desde ese día, nunca volvió a tener miedo del agua. Y cada vez que iba a la playa, sonreía al recordar su aventura mágica con el pez místico que ahora consideraba su amigo.

Juan aprendió que el valor se encuentra en explorar lo desconocido y que, a veces, el verdadero hogar está más allá del lugar donde uno se siente seguro.

Y así, con cada nuevo verano, Juan se adentraba más y más en el agua, siempre con el corazón lleno de aventura y agradecimiento por su amigo Juan, el pez místico.

FIN.

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