Juan y la carrera contra el reloj


Había una vez un niño llamado Juan que siempre llegaba tarde a la escuela. Cada mañana, su mamá lo despertaba temprano, pero él se quedaba en la cama y no quería levantarse.

Un día, Juan decidió que ya era suficiente de llegar tarde todos los días. Se propuso llegar puntual a la escuela y ser el primero en entrar al salón de clases. Sabía que esto requeriría esfuerzo y disciplina, pero estaba decidido a lograrlo.

La noche anterior, Juan preparó todo lo que necesitaría para el día siguiente: su uniforme escolar, sus libros y su lonchera. También pidió a su mamá que le pusiera dos alarmas para asegurarse de despertar temprano.

Al amanecer, las alarmas sonaron y Juan se levantó rápidamente de la cama. Se vistió velozmente y desayunó con energía. Estaba listo para comenzar el día con buen pie.

Cuando salió de casa, notó que había llovido durante la noche y había charcos por todas partes. En ese momento apareció Martín, su vecino y compañero de clase. "¡Hola Juan! ¿Vamos juntos a la escuela?" -dijo Martín mientras saltaba sobre los charcos.

"¡Claro! Pero vamos a tener cuidado con los charcos para no mojarnos" -respondió Juan preocupado por llegar manchado o empapado a la escuela. Los dos amigos caminaron rápido hacia la escuela evitando los charcos en el camino.

Sin embargo, cuando estaban cerca del colegio, encontraron un árbol caído bloqueando el camino. "¡Oh no! ¿Cómo vamos a llegar ahora?" -exclamó Juan frustrado. Martín, que era muy ingenioso, tuvo una idea brillante. Buscaron unas ramas largas y comenzaron a empujar el árbol para abrir un camino hacia la escuela.

Fue un trabajo duro, pero finalmente lograron despejar el camino y continuar su trayecto.

Cuando llegaron a la escuela, se encontraron con una sorpresa: ¡la puerta principal estaba cerrada! Parecía que había habido un problema con las llaves y nadie podía entrar. Juan comenzó a sentirse desanimado. Había hecho todo lo posible por llegar puntual y ahora parecía que todo estaba en vano. Pero Martín no se dio por vencido tan fácilmente.

"¡No te preocupes Juan! Hay otra entrada por el patio trasero. Vamos a intentarlo" -dijo Martín animándolo. Los dos amigos corrieron hacia el patio trasero de la escuela y encontraron una pequeña puerta abierta. Rápidamente entraron y se dirigieron al salón de clases.

Cuando abrieron la puerta del salón, se dieron cuenta de que eran los primeros en llegar. El maestro los felicitó por su puntualidad y les dio una estrella dorada cada uno como premio.

Juan sonrió orgulloso mientras pensaba en todo lo que había pasado esa mañana para llegar puntual a la escuela. Se dio cuenta de que aunque hubo obstáculos en su camino, nunca se rindió y siempre buscó soluciones creativas para superarlos.

Desde ese día, Juan aprendió la importancia de ser puntual y nunca más llegó tarde a la escuela. También aprendió que, aunque las cosas no siempre salgan como uno espera, siempre hay una solución si tienes determinación y no te rindes.

Y así, Juan se convirtió en un ejemplo para sus compañeros de clase y todos admiraban su puntualidad y perseverancia.

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