Juan y la División Mágica
Había una vez un niño llamado Juan, que vivía en un pequeño pueblo lleno de colores vibrantes y animales curiosos. Juan era muy curioso y siempre estaba dispuesto a aprender, pero había una materia en la escuela que lo inquietaba: ¡las matemáticas! En particular, le costaba mucho entender la división.
Un día, mientras paseaba por el bosque buscando nuevos amigos, se encontró con un gran libro brillante reposando bajo un árbol. Intrigado, se agachó y lo abrió. De repente, una suave brisa lo envolvió y, frente a él, apareció un Dorado, un ave mágica que brillaba con luces resplandecientes.
"Hola, Juan. Soy Dori, el Dorado. He venido a ayudarte con tu problema de división."
"¿De verdad?" -respondió Juan, emocionado. "¡No consigo entender cómo funciona!"
"No te preocupes. Te llevaré a un mundo donde las divisiones son divertidas y mágicas. ¡Vamos!"
Y así, Dori agitó sus alas y, en un abrir y cerrar de ojos, Juan se encontró en un lugar deslumbrante. En el cielo había números flotantes y su entorno estaba lleno de maravillosas criaturas que usaban la división para resolver sus problemas.
Dori le presentó a la tortuga Tula, que se estaba preparando para una carrera.
"Hola, Tula. ¿Por qué necesitas ayuda?"
"¡Hola, Juan! Estoy lista para la gran carrera, pero no sé cuánto alimento debo llevar. Tengo 12 frutas y debo compartirlas con 4 amigos. ¡No sé cuántas frutas le tocan a cada uno!"
"¡Eso es fácil!" -dijo Dori. "Para saber cuántas frutas recibe cada uno, dividimos 12 entre 4."
"¿Dividir?" -preguntó Juan, confundido.
"Sí, Juan. Es como repartir. Si tienes 12 frutas y las repartís igualmente entre 4 personas, cada una recibe 3. Vamos a contar juntos: uno, dos, tres... ¡3!"
"¡Oh, lo entiendo!"
Juan estaba emocionado. Se dio cuenta de que la división era solo una manera de compartir cosas. Y así, él y Dori continuaron su aventura.
Más adelante, conocieron a Leo, el pequeño león que estaba tratando de disolverse entre sus amigos, que estaban jugando con 20 pelotas de colores.
"¿Qué pasa, Leo?"
"Quiero jugar, pero no sé cuántas pelotas le tocan a cada uno si quiero jugar con 5 amigos."
"Podemos ayudarlos a contarlas, Leo. Simplemente dividimos 20 entre 5. Así, cada uno recibe 4 pelotas. ¿Ves?"
Mientras contaban juntos a 3, 4 y 5, Juan comenzaba a comprender cada vez más. Dori le decía lo divertido que podía ser dividir, y cada vez que resolvían un problema, una gran risa llenaba el aire.
Sin embargo, de repente, todo comenzó a desvanecerse y el cielo se oscureció. Dori se volvió serio.
"Juan, tenemos que volver a casa. Ha llegado la hora de que comprendas que la magia también está en ti. ¡Debes enfrentar tus miedos y practicar la división!"
"¿Volver? Pero no quiero irme..."
"Sí, pero recuerda, la magia está dentro de ti. Cada vez que practiques, la división se volverá más fácil y divertida. Confía en ti mismo!"
Juan decidió que estaba listo para enfrentar su miedo. Cerró los ojos y sintió como una luz brillaba dentro de él. Cuando los abrió de nuevo, estaba de vuelta en su pueblo, con el libro mágico en sus manos.
Esa tarde, Juan corrió a su casa y, con el libro abierto, empezó a practicar la división con frutas y juguetes. Cada vez que lo hacía, recordaba la risa de Tula y Leo, y sentía que la división se volvía más sencilla.
Pasaron los días, y Juan comenzó a destacar en matemáticas. Sus compañeros y maestros notaron su progreso, y lo elogiaban. Nunca olvidó la lección que aprendió en el mundo mágico de Dori, y siempre compartía su historia, recordando que la magia de la división estaba en ayudar y compartir con los demás.
Desde entonces, Juan no solo se convirtió en un gran amante de las matemáticas, sino que también ayudó a otros niños a aprender, convirtiéndose en un verdadero héroe en su pequeño pueblo.
FIN.