Juan y las Aves Rescatadoras



Había una vez un niño llamado Juan que vivía en un pequeño pueblo rodeado de árboles, flores y caminos de tierra. A Juan le encantaba explorar, pero había algo que no muy bien entendía sobre el mundo de los pequeños seres: le gustaba pisar hormigas. Para él, era un juego, una forma de divertirse, aunque nunca pensó en lo que podían sentir esos diminutos seres.

Un día, mientras estaba en el patio de su casa, viéndose rodeado de hojas secas y tierra, Juan decidió hacer una gran aventura: la conquista del reino de las hormigas.

"¡Miren, ahí van! ¡A la carga!" - gritó Juan entusiasmado, mientras corría tras un grupo de hormigas que marchaban en fila. "¡Toma esto!" - decía él, mientras levantaba su pie para aplastar a una de ellas.

Pero ese día, algo extraordinario estaba por suceder. Al levantar su pie, una bandada de aves apareció de la nada, llenando el cielo con sus cantos y colores brillantes.

"¡Alto!" - gritó una de ellas, con voz fuerte pero amable. "¿Por qué haces eso, pequeño?"

Era un loro de plumas verdes y amarillas, que parecía casi mágico.

"Solo estoy jugando, como lo hacen los niños" - respondió Juan, un poco asustado al ver a todas esas aves alrededor.

"Pero esas hormigas están haciendo su trabajo, Juan. Cada una tiene un rol en la naturaleza. Si continúas, estarán en peligro" - explicó el loro.

Los demás pájaros comenzaron a volar en círculos, dejando caer algunas hojas como si formaran una extraña danza a su alrededor.

"Mira, Juan, esas hormigas son importantes para la tierra. Sin ellas, no habría flores, ni frutas ni otros animales.** - dijo una golondrina.** "Por favor, cuídalas y juega de otra manera".

Juan, con los ojos muy abiertos, empezó a darse cuenta de que, en su juego, estaba afectando a otros seres. Entonces se puso a pensar:

"¿Y qué puedo hacer para divertirnos todos?"

Las aves se miraron entre sí, y el loro sonrió.

"Podemos enseñarte un juego que todos podamos disfrutar" - propuso.

Así, las aves le mostraron a Juan cómo construir un divertido laberinto en el que las hormigas pudieran recorrer sin riesgo. Usaron ramas, hojas y piedras. Juan estaba tan emocionado que se olvidó completamente de sus ganas de pisar hormigas.

"¡Mirá! ¡Mirá cómo corren!" - exclamó, riendo como nunca. Las hormigas, ajenas a toda la situación, exploraron el laberinto, sorprendidas por la aventura que les había brindado el niño.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse, Juan estaba feliz.

"Chicos, gracias por hacerme ver lo que estaba haciendo. Prometo cuidar de las hormigas de ahora en adelante".

Y así, desde aquel día, Juan se convirtió en el protector de las hormigas y junto a sus nuevos amigos, las aves, aprendió sobre la importancia de cuidar el mundo que lo rodeaba. Comenzaron a organizar juegos, aventuras, donde todos los seres vivos podían partícipe.

Juntos, robaron más sonrisas de los pequeños habitantes de ese rincón de la naturaleza, y Juan entendió que la verdadera diversión se encuentra en cuidar y jugar en armonía con todos los seres de la tierra.

Cada vez que una hormiga pasaba cerca, él sonreía y decía:

"¡Qué suerte la mía en tener amigas tan valientes como ustedes!"

Y así, se formó un lazo muy especial entre ellos, donde el respeto y la amistad florecieron como las mejores flores en un jardín.

Desde aquel día, las hormigas nunca más tuvieron que temer, y Juan despertaba cada mañana listo para aprender y jugar, recordando siempre la lección que las aves le habían enseñado: cuidar de todos es la mejor aventura de todas.

FIN.

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