Juan y su Amigo de Cuatro Patas
Era un soleado día de primavera cuando Juan, un niño de diez años con un gran amor por los animales, decidió dar un paseo por su vecindario. Mientras caminaba, escuchó unos débiles ladridos que venían de la casa de su vecino, el señor Gómez. Juan se acercó, intrigado. Al mirar a través de la cerca, vio a un pequeño perrito marrón temblando de miedo.
"¡Pobrecito! ¿Qué te estará pasando?" - murmuró Juan, sintiendo un nudo en el corazón.
Sin pensarlo dos veces, Juan pasó a la acción. Se asomó por la cerca y llamó al perrito:
"¡Hola, amiguito! Vení, no tengas miedo. Te voy a ayudar."
El perrito, con una mirada triste, se acercó un poco, pero luego retrocedió al oír un grito del señor Gómez.
"¡Esa cosa no sirve para nada! ¡Volvé acá!" - gritó el señor Gómez, mientras daba una patada al aire.
Juan sintió una ola de enojo y tristeza. No podía permitir que ese perrito siguiera sufriendo. Así que, a la mañana siguiente, se armó de valor y decidió entrar al jardín del señor Gómez.
Con mucho cuidado y sigilosamente, Juan se acercó al pobre perrito. Al verlo tan asustado, sus ojos se llenaron de lágrimas. Intentando calmarlo, le habló con dulzura:
"No te va a pasar nada, yo estoy aquí para ayudarte. Te llevaré a un lugar donde serás amado."
Finalmente, Juan logró cargar al pequeño perrito, que los ojos brillaban con confianza en él. Salió corriendo del jardín mientras el señor Gómez se quedaba detrás, gritando sin entender lo que sucedía.
Al llegar a su casa, Juan se refugió en su habitación con el perrito aún en brazos, que se había acomodado en su regazo.
"Te llamaré Max, te prometo que estaré siempre a tu lado, no te va a pasar nada más malo" - le dijo Juan mientras le acariciaba la cabeza.
En los días siguientes, Juan dedicaba su tiempo a cuidar de Max. Le daba de comer, lo bañaba y lo llevaba a pasear. Max parecía más feliz cada día.
Sin embargo, la felicidad de Juan pronto se vio amenazada cuando el señor Gómez lo confrontó un día.
"¡Ese perro es mío! ¡Dámelo, Juan!" - exclamó con furia.
"¡No! ¡No te lo voy a devolver! No lo tratas bien, es un perro muy dulce que solo necesita amor!" - respondió Juan, con valentía.
El señor Gómez, enfadado, amenazó a Juan:
"Si no me devuelves a Max, haré que te prohíban tenerlo!"
Juan se sintió abrumado, pero tampoco iba a rendirse. Así que, al día siguiente, decidió hablar con su madre.
"Mamá, tengo que contarte algo muy importante..." - le dijo Juan, con el corazón latiendo rápido.
Su madre, al escuchar la historia, le respondió:
"Juan, estoy orgullosa de ti por ayudar a Max. Haremos algo. Vamos a hablar con la señora Rosa, que es el abogada del barrio. Ella puede ayudarnos."
Con el apoyo de su madre, Juan y ella fueron a hablar con la señora Rosa, quien fue muy comprensiva.
"Juan, si realmente crees que Max está mejor contigo, podemos hacer algo al respecto. Pero, primero, necesitamos evidencias de cómo lo cuidas."
Así, Juan comenzó a documentar todo lo que hacía por Max. Sacó fotos, hizo un diario de cuidados y recopiló testimonios de sus amigos quienes veían lo bien que estaba el perrito junto a él.
Después de algunos días, organizaron una reunión con varios vecinos y la señora Rosa, donde expusieron el cariño y la protección que Juan le daba a Max, mientras el señor Gómez intentaba justificarse, sin éxito.
Los vecinos, tocados por la valentía de Juan y el amor que sentía por Max, decidieron apoyarlo. Hicieron un petitorio y, al final, el señor Gómez comprendió que había perdido.
Finalmente, la señora Rosa declaró:
"Max, desde ahora, es legalmente de Juan. Solo se quedará aquí si está en un ambiente donde se lo trate con amor y respeto."
Todos aplaudieron y Juan, emocionado, abrazó a Max, que movía la cola como nunca.
"No vamos a dejar que nadie nos separe, Max. Somos amigos para siempre."
Desde ese día, Max fue parte de la familia de Juan. Juntos vivieron muchas aventuras, aprendieron el valor de la amistad y el respeto hacia todos los seres vivos. Juan demostró que, con valentía y amor, se pueden lograr cosas grandes, así como nunca debemos quedarnos callados ante injusticias. Y sobre todo, que los verdaderos amigos, siempre están dispuestos a luchar por los que no pueden hacerlo.
Y así, Juan y Max vivieron felices, llenos de amor y alegría, recordando siempre que un poquito de valentía puede hacer una gran diferencia.
FIN.