Juan y su curiosidad sobre el cuerpo



Había una vez un niño llamado Juan que tenía 5 años. Juan vivía con su mamá, su papá y su hermana Ana, quien era un poco mayor que él. Era un niño muy curioso, siempre haciendo preguntas sobre el mundo que lo rodeaba. Como era un día soleado, decidió que era un buen momento para averiguar algo que le inquietaba.

Se acercó a su mamá, que estaba en la cocina preparando un delicioso almuerzo, y le dijo:

"Mami, ¿por qué no tengo pechos como vos?"

Su mamá, sorprendida pero con una sonrisa, se agachó para estar a la altura de Juan y le respondió:

"Esa es una muy buena pregunta, Juan. Los niños y las niñas tienen cuerpos diferentes. A medida que pasan los años, nuestros cuerpos crecen y cambian. Es algo natural y bonito, parte de cómo las personas nos convertimos en quienes somos."

"Pero, ¿por qué?" preguntó Juan, aún confundido.

"Porque cada uno de nosotros es único, como una flor o una estrella. Y esos cambios son parte del viaje de crecer y aprender", explicó su mamá con dulzura.

Juan se quedó pensativo, pero tenía más preguntas. En ese momento, entró su hermana Ana, que escuchó parte de la conversación.

"¿Qué pasa, Juanito?" le preguntó.

"Estoy preguntándole a mamá porqué yo no tengo pechos como ella!" respondió Juan con una risa.

Ana sonrió y dijo:

"Yo también me lo pregunté cuando era más chica. Pero mamá tiene razón, es normal y todos somos diferentes. Hay que aprender a celebrar esas diferencias. ¿Te acordás de aquella vez que pintamos el mural en la pared?"

Juan asintió con la cabeza.

"Sí, ¡hicimos un arcoíris!"

"Exactamente, cada color es especial, como cada uno de nosotros", continuó Ana.

"¿Y si los colores se pusieran celosos de los demás?" preguntó Juan.

"¡No! Cada color es feliz de estar en el arcoíris porque juntos son más bonitos. Así somos las personas, juntos somos más fuertes y especiales", explicó Ana mientras jugaba con su muñeca.

La madre de Juan sonrió al ver cómo su hija ayudaba a su hermano a entender el tema.

"Claro que sí, Ana. Además, todos tenemos partes que son similares y otras que son diferentes, y eso es lo que nos hace especiales. ¿Sabías que incluso hay personas que eligen tener diferentes estilos de vida y expresarse de distintas maneras?"

Juan frunció el ceño.

"¿Como cuándo?"

"Por ejemplo, algunos chicos prefieren jugar a la pelota, mientras que otros prefieren bailar. Y hay quienes eligen leer libros o dibujar. Cada uno tiene su propio estilo, como los colores del arcoíris", explicó su mamá.

Juan sonrió, comenzó a entender un poco más.

"Entonces, no importa que sea diferente, está bien, ¿verdad?"

"Sí, querido, está muy bien. Lo importante es ser uno mismo y respetar a los demás", concluyó su mamá.

Esa tarde, Juan, Ana, y su mamá decidieron hacer algo especial. Juntos, se pusieron a pintar un gran mural en una pared del patio, usando todos los colores del arcoíris.

Mientras pintaban, Juan miró a su alrededor y dijo:

"Me encanta que cada color se mezcle con el otro. Creo que es lo mismo que con nosotros, aunque seamos diferentes, juntos hacemos una hermosa obra de arte."

Ana sonrió y agregó:

"Sí, seamos como un arcoíris. ¡Cada uno especial, pero todos juntos en armonía!"

Y así, con cada brochazo, Juan aprendió a celebrar sus diferencias y a ser curioso sobre el mundo que lo rodeaba. El mural, lleno de colores vivos y alegres, se convirtió en un símbolo de cómo la diversidad es hermosa y que, sin importar las diferencias, todos comparten un lugar en el gran arcoíris de la vida.

Desde aquel día, Juan no solo continuó haciendo preguntas, sino que también comenzó a ayudar a otros a entender lo bello de ser único. Así, con su curiosidad y su amor por los colores, Juan se convirtió en un gran defensor de la diversidad y de la amistad, aprendiendo que cada día era una nueva oportunidad para descubrir lo extraordinario en lo cotidiano.

FIN.

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