Juancito y el Jardín de los Sueños



Érase una vez en un tranquilo poblado de las tierras guaraníes, un niño llamado Juancito. Juancito era un chico especial, conocido por su curiosidad infinita y su gran amor por la naturaleza. Sin embargo, tenía una extraña manera de ver el mundo, siempre buscaba que todo estuviera en su lugar para sentirse seguro. Aunque a veces esto lo llevaba a ser un poco obsesivo con cada pequeño detalle, él no perdía su sonrisa.

Un día, mientras exploraba el bosque cercano, Juancito encontró un sendero que nunca había visto antes. Algo en su interior lo empujó a seguirlo.

–"¿A dónde me llevará este camino?"– pensó al mismo tiempo que se ajustaba la mochila llena de cosas que creía que podría necesitar.

El sendero se torcía, subía y bajaba, pero Juancito continuaba. Después de un buen rato, llegó a un mágico jardín lleno de flores de colores brillantes, árboles altos y una suave brisa que traía consigo un dulce aroma. Juancito se quedó maravillado.

–"¡Qué lindo es este lugar!"– exclamó. Pero a los pocos minutos también se sintió un poco incómodo.

–"¿Y si me pierdo aquí?"– murmuró, mirando a su alrededor. Para estar seguro, decidió marcar su camino con piedras.

Con cada paso que daba, sintió la necesidad de colocar otra piedra, otra más; así, cada pequeña decisión se hacía más difícil.

De repente, una pequeña mariposa amarilla se posó sobre su nariz. Juancito se sobresaltó.

–"¡Ay! ¡No te muevas!"– gritó con un poco de miedo. La mariposa solo revoloteó un poco y luego siguió su camino.

–"¿Y si me sigue?"– pensó. Juancito la observó alejarse y, al dejar de pensar en las piedras y su camino, comenzó a notar lo que lo rodeaba. Los colores de las flores, el canto de los pájaros y el aroma delicioso de la tierra después de la lluvia.

Mientras tanto, dos animales del bosque, un conejo y un loro, comenzaron a charlar.

–"¡Mirá, un humano!"– dijo el conejo.

–"Sí, parece que no sabe disfrutar de este hermoso lugar"– respondió el loro.

Juancito escuchó la conversación y decidió acercarse.

–"Hola, soy Juancito. ¡Este lugar es increíble!"– dijo emocionado. Pero luego recordó su preocupación y agregó:

–"¡Pero tengo que volver a casa! Esta mariposa podría perderse y, ¿y si me pierdo yo también?"

–"Juancito, a veces perderse no es tan malo, puede que encuentres otra cosa hermosa"– le dijo el loro, dándole una palmadita paternal.

–"¿Y si me encuentro con un león?"– preguntó con un tono de preocupación.

El conejo rió suave y dijo:

–"No hay leones en este jardín, Juancito. Solo hay magia, risas y amigos por descubrir. Solo tienes que dejarte llevar un poco."

Juancito sintió algo de calma. Se sentó en un banco de madera y dejó que sus pensamientos fluyeran como el viento.

Después de un rato, se dio cuenta de que mirar con tanto detalle no lo llevaba a disfrutar del viaje. Se levantó y decidió seguir a la mariposa que había regresado, sin preocuparse demasiado por las piedras.

–"¡Voy a seguirte!"– gritó alegre mientras corría tras ella. Así fue como comenzó su aventura.

Cada paso lo llevó a descubrir nuevas partes del jardín: una fuente de cristal que brillaba bajo el sol, un grupo de flores que danzaban con el viento y un claro donde la luna brillaba aunque todavía era de día.

El conejo y el loro se unieron a él, risas y juegos comenzaron a llenar el aire. Juancito, olvidando momentáneamente su obsesión por el orden, se lanzó a disfrutar del tiempo con sus nuevos amigos.

–"¡Esto es maravilloso!"– dijo, sintiendo que cada florescente aventura le traía una nueva lección.

Al final del día, el sol empezó a ponerse, y Juancito se dio cuenta de que había aprendido algo importante. Acercándose a sus nuevos amigos, les dijo:

–"Gracias por mostrarme que está bien soltar un poco el control y disfrutar del momento. Este jardín es un lugar mágico, y ya no quiero que mi miedo me impida disfrutarlo."

Los tres animales se abrazaron y prometieron que siempre serían amigos, recordando que es bueno dejarse llevar de vez en cuando.

Juancito volvió a casa con el corazón lleno de alegría y la mente más ligera, sabiendo que el verdadero sentido de la aventura era disfrutar del viaje y de los amigos que lo acompañaban. Y así, cada vez que miraba hacia el bosque, recordaba su jardín de sueños y todo lo que había aprendido.

Desde ese día, Juancito se volvió el niño más feliz del pueblo, siempre recordando que la vida es un hermoso viaje, lleno de sorpresas y nuevas amistades.

FIN.

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