Juanita y el Jardín de Colores



Había una vez una niña llamada Juanita que vivía en un pequeño pueblo. A Juanita le encantaba salir al jardín de su casa, donde podía encontrar una variedad de colores en las diferentes frutas y verduras. Sin embargo, había algo especial en su jardín: sus colores estaban a blanco y negro, solo se podían ver con la imaginación.

Un soleado día de primavera, Juanita se acercó a su jardín y exclamó:

"¡Mirá cuánto negro y blanco, pero no hay ni un solo color!"

Frustrada, decidió que quería darle vida a su jardín. ¡Tenía que encontrar la forma de llenarlo de colores reales! Acompañada de su fiel amigo, un pequeño gato llamado Lucho, se adentraron en la aventura de descubrir cómo podrían hacerlo.

Primero, Juanita pensó que quizás podría pedirle ayuda a su amiga Clara, la señora jardinera del barrio, que siempre sabía qué hacer con las plantas. Cuando llegó a su casa, la encontró arreglando unas macetas.

"Clara, ¿cómo puedo traer colores a mi jardín?" preguntó Juanita con entusiasmo.

"Bueno, querida, la magia de los colores está en la naturaleza. Pero necesitas hacer un esfuerzo para que crezcan. ¿Qué tal si plantamos algunas semillas juntas?"

Juanita aceptó la propuesta y decidió sembrar semillas de tomates rojos, zanahorias naranjas, y girasoles amarillos. Emocionada, regresó a su jardín junto con Clara y comenzaron a trabajar.

Días pasaron, y según Juanita, no tenía paciencia para esperar a que las semillas germinaran. Miró al cielo y se preguntó:

"¿Cuánto tiempo más debo esperar?"

"Paciencia, Juanita. Los colores llegan con el esfuerzo y el tiempo," le respondió Clara.

Una mañana, al despertarse, Juanita descubrió que, a su alrededor, empezaban a brotar pequeños brotes verdes. Asombrada, gritó:

- ¡Mirá, Lucho! ¡Las semillas están creciendo!

Sin embargo, no solo estaban brotando las plantas, sino que también comenzó a llover muy fuerte. Juanita, preocupada, salió corriendo al jardín. Al llegar, vio que algunas de sus plantas habían caído por el viento. Comenzó a llorar:

"¡No, todo mi esfuerzo, todo mi trabajo...!"

"No llores, Juanita. A veces, la naturaleza tiene sus propios planes. Pero no hay que rendirse; podemos replantar y cuidarlas", le animó Clara.

Con ayuda de Clara, Juanita comenzó de nuevo, guiando a Lucho para que recogiera las plantas dañadas y las replantaran con amor. Juntos hicieron un pequeño refugio para protegerlas de la lluvia. Juanita aprendió a cuidarlas, a regarlas y a ser paciente.

Después de semanas de cuidados y aventuras, una mañana soleada, Juanita salió al jardín y lo que vio la dejó sin palabras. El jardín había explotado en una paleta de colores vibrantes: tomates rojos, zanahorias naranjas, y girasoles altos y amarillos le daban la bienvenida.

"¡Es hermoso, Clara! Nunca imaginé que podría ser tan colorido. ¡Gracias por ayudarme!" exclamó con felicidad.

"No solo tú lo hiciste, Juanita. Fue gracias a tu esfuerzo y a tu amor por la naturaleza", respondió Clara sonriendo.

Juanita comprendió que cada color representaba el trabajo duro, la paciencia y la colaboración. Decidió invitar a todos los niños del barrio a compartir la belleza de su jardín y a aprender sobre el cuidado de las plantas. Ella les mostró cómo sembrar, como cuidarlas y como, juntos, podían llenarse de colores.

Desde entonces, cada vez que Juanita salía al jardín, no solo disfrutaba de los colores vibrantes, sino que también aprendió que la verdadera magia de la naturaleza se encontraba en la dedicación, la paciencia y el trabajo en equipo. Gracias a ello, su jardín siempre estaba lleno de vida, risas y colores.

Y así fue como Juanita descubrió que los colores no solo se veían en las frutas y verduras, sino que también florecían en su corazón y en la amistad que había cultivado con su esfuerzo. Su jardín se llenó no solo de colores exteriores, sino también de amor y alegría, que la acompañaron siempre.

FIN.

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