Juanita y los Verbos Mágicos
Había una vez en un pequeño pueblo argentino una niña alegre y curiosa llamada Juanita. Ella adoraba ir a la escuela y, sobre todo, le encantaba aprender cosas nuevas. Un día, mientras estaba en clase de lengua, su maestra, la señora Ana, propuso un juego muy especial sobre verbos.
"Hoy vamos a jugar con los verbos, chicos", anunció la señora Ana con una sonrisa. "Cada uno de ustedes tendrá que elegir un verbo y usarlo de manera divertida".
Juanita se emocionó. Le encantaba jugar, y pensó que sería una excelente oportunidad para hacer algo creativo. Después de un rato de pensarlo, decidió que iba a elegir —"volar" . En su mente, volar era sinónimo de libertad y aventura.
Cuando llegó su turno, se puso de pie y dijo:
"Yo elijo el verbo 'volar'. Imaginen que soy un pájaro... ¡Vuelooo!". Al mismo tiempo, hizo movimientos con sus brazos como si estuviera volando.
Todos los chicos se rieron y aplaudieron.
La señora Ana sonrió y dijo:
"Muy bien, Juanita. Ahora, ¿quién quiere intentar usar el verbo 'correr'?".
Pedro, su amigo del fondo, no dudó en levantarse. Él eligió —"correr" .
"¡Yo puedo correr tan rápido como un cheetah! ¡Miren!".
Pedro comenzó a correr alrededor del salón y todos comenzaron a aplaudir. La señora Ana estaba encantada con el entusiasmo que había en la clase.
Pero eso no fue todo. La maestra propuso un desafío adicional.
"Ahora, vamos a contar una historia usando todos los verbos que elegimos".
Los chicos iniciaron una lluvia de ideas. Juanita sugirió que la historia podía tratar sobre un gran viaje por el cielo. Pero justo cuando estaban por empezar, el pequeño Matías hizo una pregunta inesperada:
"¿Y si el avión se descompone y tenemos que aterrizar de emergencia?".
La clase se quedó en silencio pensativa, pero luego, Juanita sonrió y propuso:
"Podemos usar nuestro verbo ‘aterrizar’ para que todos ayudemos en la misión".
Los chicos se miraron emocionados. Juntos, se imaginaron una aventura en la que debían salvar el avión y aterrizar en una isla mágica llena de criaturas fantásticas. Así, empezaron a tejer su historia con verbos cada vez más locos y creativos.
Juanita, no sólo pensó en cómo volar en el avión, sino también en segir narrando: "...y cuando aterrizamos, encontramos un árbol que corría. ¡Era un árbol fugitivo!".
Los chicos estaban encantados con la idea.
- “¡Y que el árbol nos enseñe a bailar! ¡Es un árbol bailarín!", agregó Sofía, una de sus compañeras.
- “¡Y mientras bailamos, también cantamos! ¡Cantar es muy divertido!", exclamó Lautaro.
La historia siguió creciendo con cada aportación, llevando a sus personajes a lugares inesperados: un río que hablaba, un mar que surfaba, y hasta una montaña que reía.
Finalmente, la maestra Ana interrumpió la lluvia de ideas.
"¡Chicos! Me encanta su creatividad, pero necesito que la historia termine".
Los chicos, entre risas, comenzaron a analizar cómo darles un final a sus personajes. Juanita sugirió:
"Y al final, todos aprendimos que siempre es divertido jugar con los verbos, porque, al igual que en una aventura, pueden llevarnos a lugares sorprendentes".
La señora Ana aplaudió muy contenta.
"¡Excelente, Juanita! Y así, no solo aprendieron de verbos, sino también de trabajo en equipo y amistad".
Ese día, Juanita se dio cuenta de que los verbos no eran solo palabras. Eran herramientas para contar historias, jugar, y sobre todo, para expresar su imaginación. Al final de la clase, todos se fueron a casa cantando, corriendo, y por supuesto, volando con sus sueños de aventuras.
Desde entonces, cada vez que Juanita veía un verbo, lo venía a buscar a la escuela, lista para jugar de nuevo. Y así, aprendió que la lengua puede ser tan divertida como uno quiera, siempre que uno esté dispuesto a imaginar.
Y colorín colorado, este juego ha terminado.
FIN.