Jugando entre estrellas


Había una vez un niño llamado Matías que tenía un amigo muy especial, su oso de peluche llamado Chispitas. Matías y Chispitas eran inseparables, jugaban juntos todos los días y siempre se divertían mucho.

Un día, mientras miraban el cielo lleno de estrellas brillantes desde la ventana de su habitación, a Matías se le ocurrió una idea emocionante. ¡Quería jugar con las estrellas! Pero sabía que eso era imposible porque estaban muy lejos en el cielo.

Sin embargo, Chispitas tenía una sorpresa para su amigo. Con un movimiento mágico de su pata derecha, ¡Chispitas cobró vida! Matías no podía creer lo que veía, pero estaba feliz de tener a su querido oso como compañero real.

Chispitas le explicó a Matías que conocía un lugar secreto donde podrían viajar para jugar con las estrellas. Sin dudarlo ni un segundo, los dos amigos agarraron sus mochilas y comenzaron la aventura.

Caminaron por el bosque encantado y siguieron las luces brillantes que guiaban el camino hacia las estrellas. Pronto llegaron a un río mágico donde encontraron a una tortuga amigable llamada Tito. "Tito, ¿nos puedes ayudar? Queremos llegar hasta las estrellas", preguntó Matías con entusiasmo.

La tortuga sonrió y les dijo: "Claro que sí, sigan nadando por este río hasta llegar al final". Matías y Chispitas subieron al caparazón de Tito y juntos flotaron río abajo. Mientras navegaban, vieron peces de colores y pájaros cantando melodías alegres.

Finalmente, llegaron a un gran lago donde un pato llamado Quacky los esperaba. "¡Hola amigos! Soy Quacky y puedo llevarlos volando hasta las estrellas", dijo el pato con una sonrisa.

Matías y Chispitas subieron en la espalda de Quacky y comenzaron a volar alto en el cielo. Las estrellas brillaban aún más cerca mientras se acercaban. Cuando finalmente alcanzaron las estrellas, Matías y Chispitas se sorprendieron al descubrir que cada una era diferente.

Algunas eran grandes como el sol, otras pequeñas como luciérnagas brillantes. Los amigos jugaban saltando de una estrella a otra, riendo y disfrutando del hermoso paisaje celestial. Pero pronto se dieron cuenta de que extrañaban su hogar en la Tierra.

"Chispitas, creo que es hora de volver", dijo Matías con nostalgia. Chispitas asintió con tristeza pero sabía que tenían que regresar. Juntos encontraron a Quacky nuevamente y emprendieron el viaje de vuelta hacia casa.

Al llegar al río mágico, Tito los ayudó una vez más para cruzarlo hasta llegar al bosque encantado. Agradecidos por todas las aventuras vividas juntos, Matías abrazó a Chispitas fuertemente antes de decir adiós al oso mágico.

De vuelta en su habitación, Matías miró por la ventana hacia las estrellas recordando todo lo divertido que había sido jugar con ellas junto a su amigo animal.

Ahora sabía que, aunque no pudieran jugar con las estrellas todos los días, siempre tendría a Chispitas como su mejor amigo para vivir nuevas y emocionantes aventuras. Y así, Matías se acostó en su cama con una sonrisa en su rostro, sabiendo que los sueños pueden llevarlo a lugares mágicos junto a sus amigos más queridos.

Y quién sabe, tal vez un día volverían a jugar con las estrellas.

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