Julepi y la Aventura en Berrugon



Era un pequeño pingüino llamado Julepi, conocido por todos en su colonia por lo bonico que era. Tenía el pelaje suave y brillante, y un corazón aún más grande. Un día, mientras navegaba en las aguas heladas, escuchó a sus amigotes, Tuli y Pipo, hablando sobre un lugar mágico donde siempre había comida deliciosa: el iglú llamado Berrugon.

"¡Che, Julepi! Vamos a Berrugon. Dicen que tienen el pescado más riquísimo del continente", le dijo Tuli.

"¡Sí, Julepi! Dicen que hay incluso algas que brillan en la oscuridad", agregó Pipo emocionado.

Intrigado por la idea de una deliciosa comida y la posibilidad de un nuevo descubrimiento, Julepi aceptó sin dudarlo. Así que el pequeño grupo se puso en marcha, deslizándose por el hielo y brincando por la nieve.

Cuando llegaron a Berrugon, se maravillaron al ver el iglú. Era más grande de lo que imaginaron, con luces brillantes que emanaban de su interior y un aroma que hacía que se les hiciera agua la boca.

"¡Qué lugar tan hermoso!", exclamó Pipo, mirando hacia el cielo lleno de estrellas.

Dentro del iglú, encontraron un festín de deliciosos platillos elaborados con todos los tipos de pescado y algas que jamás habían probado. Julepi no podía creer lo afortunados que eran.

"¡Esto es una locura! ¡Todo está buenísimo!", gritó Julepi mientras disfrutaba de un trozo de pescado glaseado.

Sin embargo, a medida que disfrutaban de su comida, notaron que algunos pingüinos en el fondo del iglú parecían tristes y no estaban comiendo nada. Julepi, curioso y conmovido, se acercó a ellos.

"¿Por qué no están comiendo?", preguntó amigablemente.

"No podemos. No tenemos nada para compartir y nos olvidamos de traer comida", respondió una pingüina más mayor, con una mirada de desilusión.

Julepi se sintió mal al ver a sus compañeros sin nada. Entonces, tuvo una idea.

"¡Chicos! ¿Qué tal si compartimos nuestra comida con ellos?", sugirió con entusiasmo.

"Pero... no nos quedará mucho", dudó Tuli.

"No importa. Compartir siempre es mejor, y hay suficiente para todos", insistió Julepi.

Así que el grupo decidió compartir su comida con los pingüinos que no tenían. Comenzaron a servirles pescado y algas, y pronto el ambiente en el iglú cambió. Las risas y las conversaciones llenaban el aire, y todos disfrutaban juntos de la deliciosa comida.

La pingüina mayor que primero se había sentido triste, ahora sonreía. "¡Gracias, pequeños! ¡Su generosidad nos hace felices!", dijo con gratitud.

"¡Sí! ¡Esto es muy divertido!", dijeron los nuevos amigos.

Esa noche, mientras el grupo hacía nuevos amigos, Julepi aprendió algo valioso: compartir no solo alimentaba el cuerpo, sino también el alma. Todos se sintieron más unidos y celebraron juntos hasta que la luna brilló en el cielo.

Cuando llegó el momento de regresar a casa, Julepi y sus amigos se despidieron con una sonrisa y el corazón lleno de alegría. Nunca olvidarán su aventura en Berrugon y lo importante que era compartir y ayudar a los demás.

"¡Debemos volver pronto!", prometió Julepi alegremente, mientras se deslizaban de regreso a casa.

"¡Y llevar más comida para compartir!", añadió Pipo antes de que comenzaran a cantar, deleitándose con la alegría de la amistad y los nuevos lazos que habían formado en su nueva aventura.

Y así, Julepi comprendió que la verdadera felicidad no estaba solo en la comida, sino en los momentos compartidos con aquellos que se quiere. Desde entonces, cada vez que iba a Berrugon, llevaba más comida, y con ello, un pedacito de su corazón.

FIN.

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