Juli Mai, Seño de Baile
Había una vez en un colorido barrio de Buenos Aires, una joven llamada Juli Mai. Ellos la conocían como Juli, la bailarina que siempre sonreía. Juli amaba el baile más que nada en el mundo. Desde muy chica soñaba con ser profesora de baile y enseñar a todos los niños y niñas a disfrutar de la música y el movimiento.
Un soleado día, Juli decidió que era hora de hacer su sueño realidad. Con su mochila llena de zapatillas de baile y una gran sonrisa, se dirigió al parque donde solía practicar. Allí encontró un grupo de niños jugando y riendo.
"¡Hola! ¿A ustedes les gustaría aprender a bailar?" - preguntó Juli con entusiasmo.
Los niños se miraron curiosos, pero uno de ellos, un niño llamado Tito, respondió:
"¿Bailar? Pero si yo no sé. ¡Soy un torpe!" - se lamentó.
Juli le sonrió y respondió:
"¡No existe la torpeza en el baile! Solo hay ganas de divertirse y aprender. Yo estoy aquí para ayudarte."
Los demás niños comenzaron a acercarse, intrigados por la idea de aprender a bailar.
"Yo quiero!" - gritó Lupe, saltando de emoción.
"Y yo también!" - agregó Cata, moviendo los brazos como si estuviera bailando.
Así, Juli formó un pequeño grupo de estudiantes dispuestos a aprender. Pero, justo cuando comenzaban a moverse al ritmo de la música, se acercó un viejo hombre que solía pasear por el parque. Tenía una mirada severa y un bigote muy particular.
"¿Qué hacen estos chicos en vez de jugar con una pelota? Bailar es para las chicas, ¡los chicos deberían jugar al fútbol!" - exclamó con desprecio.
Los niños se miraron asustados, pero Juli dio un paso adelante y le dijo con seguridad:
"El baile es para todos, sin importar si sos chico o chica. Es una forma de expresar lo que sentimos, es alegría, es libertad. Todos tenemos el derecho a bailar y disfrutar de la música."
El hombre frunció el ceño, pero algo en la voz de Juli le hizo dudar. Al ver la determinación y la pasión en ella, se quedó observando.
"Bueno... un poco no hace daño. Pero no se olviden de la pelota." - agregó mientras se alejaba.
Los niños comenzaron a reír, y Juli sonrió al ver que, a pesar de los comentarios, estaban listos para seguir bailando.
Durante semanas, Juli enseñó a los niños diferentes estilos de baile. Desde tango hasta hip-hop, cada uno encontraba su propio estilo. Tito, que al principio estaba inseguro, comenzó a brillar en el baile urbano.
"¡Mirá cómo muevo los pies!" - exclamaba mientras hacía unos increíbles pasos que sorprendían a todos.
Una tarde, decidieron organizar una pequeña muestra de talentos en el parque. Invitaron a sus amigos, familiares y hasta al señor del bigote. Los niños estaban tan emocionados que ensayaron durante días.
El día de la presentación, el parque estaba lleno de gente. Juli miraba desde un costado con orgullo mientras sus alumnos se preparaban tras el escenario improvisado.
"¡Y no se olviden, diviértanse!" - les dijo con una gran sonrisa.
Cuando subieron al escenario, el público estalló en aplausos. Con cada paso, cada salto y cada pirueta, los niños brillaban. Y justo cuando Tito iba a realizar su mejor movimiento, se detuvo y miró al público, sintiéndose un poco nervioso. Pero entonces se acordó de las palabras de Juli.
"¡El baile es para todos!" - gritó, y con eso, se lanzó en su increíble rutina, causando un aplauso ensordecedor del público.
Al finalizar la presentación, el viejo hombre del bigote se acercó a Juli.
"Debo admitir que no estaba seguro del todo, pero estos chicos tienen algo especial. El baile no es solo para las chicas, ni para los chicos. Es para todos. Me alegro de haber venido." - dijo con una sonrisa.
Juli sonrió, orgullosa de sus alumnos. Y así, con el tiempo, el parque se convirtió en un lugar donde todos los niños, sin importar sus diferencias, aprendieron a bailar juntos. Juli Mai, la seño de baile, había logrado cumplir su sueño de darles a los niños la alegría y el disfrute de la danza.
Y desde entonces, el baile se volvió una gran parte de la comunidad, uniendo a grandes y chicos por igual. Fue así como Juli no solo enseñó a bailar, sino que también hizo amigos para toda la vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.
FIN.