Julieta y el Gigante Dulce



Había una vez en un pequeño pueblo, una niña llamada Julieta, a la que le encantaban los dulces. Su favorito eran las moras, y siempre que podía, se escapaba al bosque cercano, donde tenía un pequeño escondite lleno de estas deliciosas frutas.

Un día soleado, con un brillo especial en su corazón, Julieta decidió que era el momento perfecto para ir a buscar moras. Se preparó con su canasta y, llena de entusiasmo, se adentró en el bosque.

"¡Qué rico va a estar el jugo de mora que voy a hacer!" - decía mientras saltaba de alegría por el sendero.

Mientras buscaba, escuchó un ruido extraño, como un crujido de árboles. Julieta se detuvo en seco y miró hacia adelante. Allí, entre los arbustos, apareció un gigantesco ser: un gigante. Su piel era de un verde brillante, y tenía una barba hecha de hojas.

"¡Hola! No tengas miedo, pequeña. Soy Gregorio, el gigante del bosque" - dijo con una voz profunda que parecía hacer temblar la tierra.

Julieta se quedó boquiabierta. Nunca había visto a un gigante antes, y aunque un poco asustada, su curiosidad era más fuerte.

"Hola, Gregorio. Yo soy Julieta. Vine a buscar moras. ¿Te gustan?" - preguntó con el corazón acelerado.

El gigante sonrió, mostrando dientes que parecían piedras preciosas.

"¡Me encantan! Pero, desde hace tiempo, no puedo encontrar moras porque los árboles no crecen bien en esta parte del bosque. Estoy triste porque no hay ni una sola fruta por aquí" - confesó Gregorio.

Julieta pensó por un momento y recordó que había visto un arbusto de moras en la parte más alejada del bosque, donde los árboles lucían más saludables.

"¿Y si te llevo a ese lugar?" - propuso Julieta emocionada.

"Pero soy un gigante, no puedo entrar a esos lugares tan pequeños" - dijo Gregorio, encogiéndose de hombros.

Julieta meditó un momento y luego tuvo una idea brillante.

"Podrías ayudarme a recogerlas desde un lugar alto. Te llevaré en un tronco que flote por el río. ¿Qué te parece?" - sugirió con una sonrisa.

Gregorio se iluminó con la idea.

"¡Eso suena genial! Vamos ahora mismo!" - exclamó, saltando de alegría y haciendo temblar el suelo.

Julieta guió a Gregorio hacia el río, donde un gran tronco descansaba. Ambos juntos se subieron, y Julieta comenzó a remar con fuerza. Al llegar al lugar con el arbusto de moras, Gregorio utilizó su enorme mano para alcanzar las ramas, sacudiendo las moras hasta que cayeron con un suave plop en la canasta de Julieta.

"¡Mirá cuántas hay! Esto es increíble, Julieta. Gracias por llevarme aquí" - dijo el gigante, lleno de alegría.

Mientras recogían moras, Julieta notó que los árboles del bosque empezaban a cobrar vida, como si la actividad estuviera despertando los colores y aromas de la naturaleza.

"¿Ves eso, Gregorio? El bosque está feliz que estemos aquí juntos. ¡Algunos árboles también te lo agradecerían!" - comentó Julieta observando el espectáculo.

El gigante se dio cuenta de que no solo disfrutaba de la fruta, sino también de la compañía. Se volvieron amigos y decidieron organizar una gran fiesta de moras en el bosque.

"¡Vamos a invitar a todos los animales del bosque!" - sugirió Gregorio.

Así, Julieta y Gregorio enviaron invitaciones a todos los animales del lugar. El día de la fiesta, llegaron patitos, ciervos, zorros y hasta un grupo de ardillas. Todos se reunieron bajo un gran árbol, donde Julieta y Gregorio ofrecieron deliciosos postres de mora que habían preparado juntos.

"¡Esto es lo mejor que nos ha pasado!" - gritaba un patito mientras disfrutaba de un helado de mora.

La fiesta fue inolvidable, llena de risas, juegos y deliciosas meriendas. Julieta entendió que compartir con Gregorio y los animales no solo la llenaba de alegría, sino que también alegraba el bosque.

Desde aquel día, Julieta y Gregorio continuaron siendo amigos inseparables, explorando juntos y cuidando del bosque. Aprendieron que la amistad y la colaboración podían hacer que incluso un gigante se sintiera feliz y que el bosque floreciera nuevamente.

Julieta volvió a casa con su canasta llena de moras, pero también con algo mucho más valioso: un corazón lleno de amor y amistad.

Y así, entre risas y dulces, Julieta y su amigo Gregorio vivieron muchas aventuras más, demostrando que, a veces, lo más grande que necesitamos en la vida es un poco de compañía y un deseo de ayudar a los demás.

FIN.

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