Julio y el Juego del Serpiente
En el vibrante barrio Castilla, Medellín, vivía un niño de diez años llamado Julio. Con una sonrisa contagiosa y un amor inquebrantable por los juegos tradicionales, pasar las tardes jugando con sus amigos era su actividad favorita. Desde la Rayuela hasta el Trompo, cada juego era una aventura que él atesoraba.
Un sábado, mientras exploraba un rincón del barrio, encontró un viejo tablero de juego. Era un tablero desgastado, pero la emoción llenó el corazón de Julio al reconocerlo: era el tablero para jugar a la Serpiente, un juego que había escuchado de sus abuelos, pero nunca había tenido la oportunidad de jugar.
- “¡Miren lo que encontré! ” - gritó emocionado a sus amigos.
Sus amigos, Teresa, Manu y Juan, corrieron hacia él, intrigados.
- “¿Qué es eso, Julio? ” - preguntó Teresa, con curiosidad.
- “Es el tablero de la Serpiente. ¡Vamos a jugar! ” - respondió Julio, lleno de entusiasmo.
Decidieron reunirse en el parque del barrio, donde el ambiente estaba lleno de risas y alegría. Mientras armaban el tablero, un anciano se acercó.
- “Esa es una Serpiente muy especial, niños. Aquel que logre alcanzarla, tendrá una aventura jamás olvidada” - dijo el anciano con una voz profunda.
Los niños se miraron entre sí, intrigados.
- “¿Aventura? ¿Cómo la vamos a vivir? ” - preguntó Juan.
El anciano sonrió y les explicó: - “Cada vez que salten, cuenta como ganar en la vida. Pero tengan cuidado, porque puede que la serpiente no sea lo que parece”.
Con esos consejos y muchas risas, comenzaron a jugar. Al principio, todo era risas y saltos, pero pronto, al dar el primer salto, la Serpiente se iluminó y un brillo festivo los rodeó.
En un abrir y cerrar de ojos, se encontraron en un lugar mágico, una aldea llena de niños que también jugaban a la Serpiente. Todos parecían felices.
- “¡Esto es increíble! ” -exclamó Julio.
Pero entonces, notaron que había algo raro en la aldea. Los niños estaban tan concentrados en el juego que se olvidaron de todo lo demás.
- “¿Dónde están nuestras familias? ” - se preguntó Manu, preocupado.
- “¡No podemos quedarnos aquí! Necesitamos volver a casa” - insistió Teresa.
De repente, la Serpiente comenzó a moverse, revoloteando entre ellos.
- “¡Sigan jugando, pero con atención! Así podrán regresar a casa” - les dijo la Serpiente de una manera juguetona.
Era un enigma que debían resolver. Julio, con cabeza fría, propuso:
- “Si queremos volver a casa, debemos mostrar que jugar también implica compartir, ayudar y cuidar a los demás”.
Los amigos comenzaron a organizar un gran juego donde necesitaban trabajar en equipo, ayudando a los otros niños a disfrutar de la experiencia como lo hacían en el barrio.
Por fin, tras mucho esfuerzo y diversión, el anciano apareció de nuevo, admirando lo que habían logrado.
- “Han demostrado que el verdadero juego no es solo competir, sino unir fuerzas. Ahora podrán volver a casa” - dijo.
Un destello envolvió a los niños y, de repente, se encontraron de nuevo en el parque.
- “Fue increíble, aprendí mucho” - exclamó Juan, emocionado.
- “Sí, y no solo sobre los juegos, sino sobre compartir y cuidar a nuestros amigos” - agregó Teresa.
Desde entonces, Julio y sus amigos no solo disfrutaban de los juegos tradicionales, sino que también lo hacían como una forma de fortalecer la amistad y la comunidad.
Y así, cada vez que se reunían, recordaban su aventura mágica y la lección aprendida, llevando siempre con ellos el espíritu del verdadero juego.
FIN.